Una historia alternativa
Como contralectura o lectura a contrapelo de la historia del arte, esta puede ser leída como la historia de la(s) censura(s). Si así procediéramos, rastreando el arte prohibido, nos toparíamos con una infinitud de censuras (aunque la gran mayoría de ellas son, por supuesto, desconocidas en nuestros días); algunas más o menos explícitas, más o menos graves, más o menos lamentadas por sus autores. El caso de las artistas mujeres merece, claro está, mención aparte, pues son ELLAS quienes han sido las principales protagonistas de esta invisibilización a lo largo de los siglos: no solo han sido olvidadas y apartadas, sino también censuradas, una y otra vez. Si ampliamos el espectro a lo largo de la historia, encontramos que las tipologías de la censura y sus efectos han sido múltiples y muy variados: podemos rastrear aquellas obras que nacieron consciente y pretendidamente para ser censuradas; otras que fueron creadas con la expectativa de que esto podía suceder en algún momento, en el peor de los escenarios; y muchas que se toparon con la prohibición de su exhibición sin previo aviso, por sorpresa.
Todas ellas comparten una cosa: su condición extramuros, para-institucional, una naturaleza abyecta. Quizás estuvieron durante unos instantes dentro del museo o la galería, pero enseguida fueron destinadas a habitar la oscuridad, a ser la sombra, a quedar escondidas en un estudio, en un trastero, a ser guardadas en el cajón. Desde la pasada semana, muchas de estas obras relegadas al ostracismo artístico e institucional han sido agrupadas en un rica y plural colección y son igualmente exhibidas en lo que es el primer museo del mundo centrado en visibilizar la censura: el Museo del Arte Prohibido.
En su conjunto, esta pluralidad de obras que integra la colección traza un arco temporal que va del período de la Ilustración a las sociedades neoliberales de nuestro presente, del siglo XVIII al XXI
El Museo del Arte Prohibido
Pablo Picasso, Antoni Muntadas, Ai Weiwei, Marcelo Expósito, Tania Bruguera, Miguel Andrés, Joan Fontcuberta, Francisco de Goya, Zanele Muholi, Eugenio Merino, Andy Warhol, Miquel Barceló, Banksy, Equipo Crónica, Antoni Tàpies, Keith Haring, León Ferrari, Robert Mapplethorpe, Gustav Klimt, David Wojnarowicz… A pesar de su distinto origen y muy dispar trabajo artístico, estos artistas o colectivos comparten una misma cuestión: todos ellos han sido en alguna ocasión (o en varias) censurados. Algunas de sus obras impugnadas se encuentran en el Museo del Arte Prohibido. Compuesta por más de 200 obras que han sido censuradas, prohibidas o denunciadas por motivos políticos, sociales o religiosos, la colección de este museo recién abierto en la ciudad condal reúne un ecléctico grupo de obras, entre las que podremos encontrar pinturas, esculturas, grabados, fotografías, instalaciones y obras audiovisuales creadas, en buena parte, durante la segunda mitad del siglo XX y durante el siglo XXI. En su conjunto, esta pluralidad de obras que integra la colección traza un arco temporal que va del período de la Ilustración a las sociedades neoliberales de nuestro presente, del siglo XVIII al XXI. Además, si algo nos enseña esta colección —que viaja en el tiempo y el espacio a través de la prohibición del arte como eje temático nuclear, congregando obras de artistas de siglos pasados y creadores contemporáneos, de artistas de todos los continentes— es que la censura ha ido de la mano de la creación, debido a su intrínseco carácter crítico, y que muy pocos han escapado a ella.
Pareciera como si a aquellas obras condenadas al exilio, relegadas a la sombra y a la invisibilidad más absoluta, se les compensara lustrosamente por un pasado nunca vivido
Por fortuna, todas estas obras censuradas, apartadas, escondidas, prohibidas, hoy encuentran un hogar en el Museo del Arte Prohibido. Su guarida, su nueva casa, se halla en la Casa Garriga Nogués, un edificio declarado bien de interés cultural y ubicado en el centro del Eixample de Barcelona. Se trata de una joya arquitectónica de inspiración modernista de principios del siglo XX, obra del arquitecto Enric Sagnier, que cuenta con más de 2.000 metros cuadrados distribuidos en dos plantas. En su interior destacan una escalera monumental y las salas con las decoraciones y vidrieras originales. No es la primera vez que los bajos y la planta noble de la Casa Garriga Nogués se convierten en un espacio expositivo. Desde el 2008 hasta el 2015, la Fundación Godia exhibió en ella su colección permanente. Después, fue el enclave escogido por la Fundación Mapfre en Barcelona y, actualmente, por el Museo del Arte Prohibido.
En la actualidad, pareciera como si a aquellas obras condenadas al exilio, relegadas a la sombra y a la invisibilidad más absoluta, se les compensara lustrosamente por un pasado nunca vivido, se les dotara de una nueva vida y un brillante porvenir en la Casa Garriga Nogués de Barcelona. En total, en esta primera exposición que exhibe la institución barcelonesa desde el pasado 26 de octubre se muestra un conjunto de 42 piezas, entre las que destacan obras como Filippo Strozzi in lego, del artista chino Ai Weiwei; Cartel de Roland Garros, de Miquel Barceló; La civilización occidental y cristiana, de León Ferrari, o Smiling Copper, de Bansky.
El coleccionista y la metacensura: algunas polémicas
“Cuidado, la intención del que censuraba o tachaba no parecía ser precisamente que todas estas obras se pudieran ver aquí, ¿eh?, sino más bien que nunca más se vieran”, bromeaba Tatxo Benet, quien se encuentra al cargo de esta recién nacida institución. “Yo creo que nunca pudieron pensar que podía pasar algo así, la verdad”, añadía. El coleccionista, periodista y empresario Tatxo Benet (Lleida, 1957) comenzaría esta colección hace ya unos años con la adquisición en 2018 de la polémica obra Presos políticos en la España contemporánea, de Santiago Sierra, apenas dos horas antes de que fuera retirada de ARCO. Desde entonces, Tatxo Benet ha continuado ampliando la colección y la ha consolidado para hacerla accesible a los visitantes. Socio fundador del grupo audiovisual Mediapro, Tatxo Benet también es impulsor de distintos proyectos culturales, como la librería Ona, en Pau Claris, o el grupo editorial Suma Llibres. Algunas noticias polémicas han envuelto a la figura del empresario y coleccionista catalán y a su colección, que iniciaría su andadura bajo el nombre de Censored Art.
Resulta que la censura persigue de maneras muy diversas e incluso paradójicas al empresario y coleccionista Tatxo Benet
Se debe recordar el incidente de 2019, cuando estaba prevista la primera muestra de la colección Censored Art en el espacio madrileño de la Fundación El Instante. Su inauguración se fue postergando en el tiempo y recortando el número de piezas de la colección. Antes de viajar a Madrid, la exposición ¿De qué tenemos miedo? que estaba prevista para ser inaugurada en la Fundación El Instante se exhibió en la institución dedicada al arte contemporáneo La Panera de Lleida. Y, a pesar de lo programado, su inauguración en la capital sería finalmente cancelada en un extraño ejercicio de autocensura para controlar una posible reacción hostil —al exponer su colección en un espacio de debate abierto ante las elecciones catalanas en febrero de 2021—. La Fundación decidió en cambio seguir adelante con el proyecto de exposición, sustituyendo las obras de Censored Art por imágenes fotocopiadas y manteniendo los titulares de prensa donde se indicaban las acciones, legales o no, ejecutadas contra ellas. Después de todo, El Instante decidió, igualmente, autocensurarse, borrando de la exposición las imágenes de las obras de la colección y en su lugar colocó en cada caso un folio en blanco que indicaba las cartelas de las obras ausentes y los titulares de los periódicos que hablaban de por qué fueron censuradas.
Además de esta polémica, recientemente (ayer 30 de octubre de 2023) conocíamos la noticia de una supuesta censura por parte del coleccionista y empresario Tatxo Benet hacia su socio Jaume Roures tras su salida de Mediapro. Roures ha relatado, en una entrevista en Rac-1, que lejos de salir voluntariamente, la empresa le invitó a marcharse. El empresario contaba que, cuando quiso enviar un correo electrónico a los trabajadores explicando la decisión, Benet “empezó a poner trabas” y “censuró” el comunicado: “Fue Tatxo quien me dijo que los canales internos de la empresa no se podían utilizar para cosas que no fuesen convenientes”. Roures usó entonces su correo personal para dirigirse a los empleados, y les hizo saber su malestar por esta “censura”, coincidente con la apertura del Museo del Arte Prohibido. Resulta que la censura persigue de maneras muy diversas e incluso paradójicas al empresario y coleccionista Tatxo Benet, quien ha buscado insistentemente visibilizarla como un mal y una lacra histórica pero, de igual forma, la ha ejercido en sus propias carnes como protagonista y verdugo.
De la censura en el arte, al arte de la censura
Si giramos la vista hacia los verdaderos protagonistas de todo este asunto, los artistas, víctimas de la censura y la prohibición de la exhibición de sus obras, comprobamos que muchos de ellos no solo han sufrido la censura y la prohibición de sus obras sino que, imbuidos en un contexto de censura más o menos directa, explícita y contundente, han decidido convertir esta represión en motivo central de su creación artística. Así, por ejemplo, podemos detenernos a analizar la obra realizada entre 1996 y 1997 por parte de AES Group, quienes produjeron una serie de fotografías, Islamic Project, con monumentos y edificios significativos de la civilización occidental —la Estatua de la Libertad, Nueva York; el Reichstag, Berlín; el Centre Georges Pompidou, París; el Kremlin, Moscú— que aparecían transformados por acciones de fotocollage digital e invadidos por elementos islámicos y personajes vestidos con aspecto de musulmanes, etc. Después del 11 de septiembre de 2001, la galería online retiró algunas imágenes de Islamic Project de su web, haciendo de la censura que abordaban las obras una práctica efectiva y visible.
Otra artista que igualmente ha convertido este ejercicio de censura —en sus múltiples formas— en el eje temático de su obra, es Concha Jerez. A lo largo de su trayectoria artística, ha abordado reiteradamente y de forma crítica asuntos relativos a la represión de la libertad o a la marginación de determinados colectivos sociales, así como también a la autocensura. Por ejemplo, Concha Jerez realizaría durante la década de los setenta su serie de trabajo “Textos autocensurados”, bajo la forma de escritos ilegibles que la propia artista censuraba mediante su borrado. Estas obras aluden a la falta de libertades que existieron durante la dictadura franquista para ahondar, al mismo tiempo, sobre la relación y reacción que estos textos velados provocan en el espectador: una reflexión sobre el concepto de autocensura sociopolítica.
Autocensura, la peor de las censuras
Más allá de estos ejercicios performativos de autocensura —la tachadura y velamiento de lo inteligible como estrategia para manifestar la falta de libertad—, que tienen más que ver con la represión —una censura indirecta—, en muchas ocasiones la autocensura ha venido ejercida en el seno institucional, desde la institución, por temor a represalias, críticas, posibles ofensas o conflictos institucionales. En este sentido, Ferran Barenblit aseguraría en 2015, tras el incidente que le costó a Bartomeu Marí (exdirector del MACBA) su cargo, que “la autocensura es la peor de las censuras”. Y quizás tuviera razón. Desde luego, el caso flagrante de la censura por parte de la institución de una pieza que componía la exposición La Bestia y el Soberano, supuso un punto de inflexión y un momento para la reflexión acerca de los ejercicios legítimos de censura institucional. En aquella ocasión, Bartomeu Marí, el que fuera director del MACBA, decidió cancelar una exposición el día antes de inaugurarla con motivo de una obra polémica. La obra en cuestión: Not dressed for conquering, de Inés Doujak, una representación escultórica que suponía teóricamente una ofensa para el rey emérito Juan Carlos I (este aparecía “a cuatro patas”).
Resulta lamentable, entristecedor y desesperanzador cuando los ejercicios de censura vienen implementados por aquellas instituciones que reclaman la libertad creativa y emancipadora, la disidencia radical y la lucha por empujar los horizontes de denuncia y acción social y política. Lo que hace el Museo del Arte Prohibido, por su parte, es agrupar muchos de esos residuos, ese detritus de obras que han sido censuradas por ofensivas y peligrosas para el poder, como la propia obra de Inés Doujak, que actualmente se exhibe en la institución barcelonesa.
Desear la censura
Una lectura de gran interés sobre todas estas cuestiones la aporta Rosa Olivares en el editorial de EXIT #08 – Censurados, cuando comenta que “una de las características del arte actual es que, prácticamente, todo está permitido”. De manera que llega a sostener en Esto no se mira, esto no se toca, esto no se dice que “la capacidad de subversión, de escándalo o de alteración del orden establecido es casi imposible. No es que los artistas no lo intenten, sino que en estos momentos ya estamos hechos a todo. La realidad ha superado ampliamente cualquier mal sueño, cualquier imaginación”. Esta idea resulta tremendamente sugerente si además la ponemos en común con otra propuesta teórica y reflexiva sobre la censura, la de Boris Groys, quien afirmaría que, “hoy en día, prohibir la exposición de una obra de arte es el mayor cumplido que se le puede hacer a su autor”. A pesar de lo hiperbólico de esta afirmación, razón no le falta al pensador y escritor alemán al señalar la pretendida y anhelada censura: su condición deseada antes que temida, en ocasiones. “Que hablen de ti, para bien o para mal, pero que hablen”. Este ansia por llamar la atención en el mundo del arte contemporáneo y cautivar al público y a los media, sumado a la dificultad que ello conlleva en la actualidad, tal y como sostiene Rosa Olivares, llevaría en muchos casos a los artistas a banalizar el arte político y desvirtuar la politización de su trabajo creativo, bajo una estetización de lo político, implementando de manera exacerbada la lógica del shock y el espectáculo, con tal de conseguir de cualquier manera “hacer saltar las alarmas”.
En estos casos, la censura o el escandaloso estruendo generado completan la obra, no la invalidan sino que la afirman, la definen
En ocasiones, ciertamente, la censura se convierte en un halago para el artista, que disfruta de su posición de outsider y se regodea en su condición contrahegemónica, que percibe ese rechazo institucional como una validación de su compromiso político. En estos casos, la censura o el escandaloso estruendo generado completan la obra, no la invalidan sino que la afirman, la definen. Si tal cosa fuera cierta, algunas de las obras que alberga el Museo del Arte Prohibido habitarían en la única sede que puede hacer honor a su naturaleza artística: aquella que señala la censura como cualidad ontológica esencial, nuclear y constitutiva de la obra.
Censuras contemporáneas
Si bien la censura se ha entendido como la acción violenta de negar el acceso de alguien a la libre expresión y comunicación de ideas, imágenes, críticas o formas diferentes de ser, de ver y contar el mundo en el que vivimos, en nuestra época digital —en la era de la posverdad, el fake, el remake y el clickbait— encontramos otro tipo de censura igualmente peligrosa a la par que novedosa: la post-censura, también conocida como mentira viral. Esta consistiría en hacer pasar un engaño por verosímil y escalar su difusión a través de redes sociales. Otro tipo de censura muchas veces aplicada hoy en día cobra vida bajo la forma de lo que se ha venido llamando como “cultura de la cancelación”: el rechazo público y mediático, el vilipendio a través de redes sociales —normalmente— de alguien o algo que se ha comportado moralmente mal o que ha actuado injustamente, llevando a cabo abusos de poder, en muchos casos. Habría que preguntarse cuánto tiene de “cultura” este tipo de prácticas y, sobre todo, cuánto de “cancelación”, cuál es su capacidad genuina y efectiva de relegar a una persona a la sombra por sus actos deplorables.
Efectivamente, todavía a día de hoy la censura prospera y campa a sus anchas; solo hay que leer las últimas noticias
Estas morfologías contemporáneas de la censura, que cobran vida eminentemente en la esfera digital, no serían sino extensiones de la censura convencional, solo que aquí el poder se diluye en una esfera social más extensa y se comparte y negocia en un foro común, en una esfera pública de la que todos podemos participar. En cambio, como nos recuerda la larga lista de artistas que forman parte del Museo de Arte Prohibido de Barcelona, de la misma forma que hoy todos podemos cancelar todos podemos igualmente ser cancelados; de la misma forma que todos podemos crear, que todos podemos ser artistas (¡todos somos artistas!, dirá Beuys), también todos podemos ser censurados por nuestras obras.
Efectivamente, todavía a día de hoy la censura prospera y campa a sus anchas; solo hay que leer las últimas noticias: la censura de obras de teatro como El señor Puta o la degradación del ser, una obra de teatro sobre violencia machista, u Orlando, de Virginia Wolf (ambas censuradas por gobiernos del PP y Vox). “¿Cuál puede ser la razón de que, en el siglo XXI, con una sociedad que ha visto guerras y matanzas de todo tipo, que tiene regularizado en sus horarios la pornografía como si fuera el té de las cuatro, que sabe que la injusticia es uno de sus propios pilares, se siga censurando, prohibiendo, secuestrando y destruyendo algo tan aparentemente poco peligroso como la obra de un artista?”, se pregunta Rosa Olivares. Y nosotros con ella nos cuestionamos todos estos dilemas, como también lo hace el Museo del Arte Prohibido, que nos abre sus puertas para lanzarnos estos y otros interrogantes sobre la prohibición del arte y la represión de la creación artística, dando cuenta de la invisibilidad de muchas propuestas y artistas en diferentes contextos y de la posibilidad de trazar una historia del arte alternativa: la de la censura.