Sobre la obscenidad
En el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, la institución que en España normaliza y reglamenta el uso del idioma desde ese siglo de las luces que produjo tantas sombras, la palabra pornografía en su primera –y hoy principal– acepción, más que ser definida, se hace definitoria, es el “carácter obsceno en obras literarias y artísticas”. Esta acepción la aleja de los sustantivos griegos originales que la formaron –πορνο y γραφiα, porno y grafía, prostitución y escritura, dibujo o tratado–, relegados ahora a un tercer lugar, el que los aproxima al desuso, para acercarla a un adjetivo latino –obscēnus, obscenode misteriosa etimología. Obscēnus como suma de obs y caenum, hacia el cieno, caído en el barro, sucio, u obscēnus como unión de ob y scena, contra la escena, fuera de escena, aquello que no se deja ver sobre el escenario. Obsceno, al final, como aquello tan sucio que no debe subirse a las tablas, aquello que por ser “impúdico, torpe, ofensivo al pudor” no hay que representar.
El sexo, también la muerte, era lo que se escondía entre bastidores en las tragedias clasicistas, las de Racine y Corneille, aquéllas que seguían triunfando en los teatros parisinos del siglo XVIII a pesar de estar escritas casi cien años antes, aquéllas que ayudaron a construir el imaginario ilustrado, ese que se quedó en la penumbra de las velas del proscenio, justo delante, no detrás del escenario. El sexo, casi siempre también la muerte, fue el protagonista de los libros del Marqués de Sade (1740-1814), aristócrata, primero, y ciudadano, después, que acabó como director de escena –fuera de ella, ob scena– de un grupo de locos en el manicomio de Charenton durante la regla napoleónica. Tan obsceno –“impúdico, torpe, ofensivo al pudor”– como el sodomita Dolmancé que hace de maestro, no sólo de ceremonias, en La Philosophie dans le boudoir, ou Les instituteurs inmoraux (1795), un diálogo en el que se respetan el progreso narrativo –exposición, desarrollo y solución– y las tres unidades del teatro clásico –la de espacio, la de tiempo y la de acción–, pero que las masturbaciones, las fellatios, los cunnilingus, los anilingus, las penetraciones vaginales, las sodomizaciones y las eyaculaciones que se llevan a escena en una combinatoria casi matemática, primero con tres elementos, después con cuatro, luego con cinco y más tarde con seis y siete, hacen irrepresentable.…
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