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La fotografía y lo sublime tecnológico

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Edward Burtynsky. Densified Scrap Metal No. 3a, Hamilton, Ontario, 1997. Urban Mines – Metal Recycling series. Courtesy of the artist and Galeria Toni Tàpies, Barcelona.

En los últimos ciento cincuenta años la máquina ha dominado las civilizaciones avanzadas y ha sido uno de los principales temas de la fotografía del siglo XX hasta la actualidad. En Estados Unidos, por ejemplo, a finales del siglo XIX, la cámara grabó algunas de las manifestaciones aisladas de la tecnología de la transformación: la poderosa locomotora de vapor Corliss, en la Exposición del Centenario de Filadelfia (1876), la construcción del Puente de Brooklyn (1881), los primeros rascacielos. Hacia principios del siglo XX, los costos sociales de la industrialización comenzaron a calar en la conciencia pública y en la obra de documentalistas sociales como Lewis Hine, cuyas fotografías de las fábricas textiles del sur, junto con sus imágenes de las grandes fundiciones de acero de Pittsburg, mostraban al mundo el proceso por el cual se creaba la gloriosa civilización material del nuevo siglo. Y no tenía nada de bonito. Los niños, de pie delante de gigantescas máquinas textiles, ofrecían una visión amenazante de la tecnología que presagiaba uno de los problemas sociales más graves de la época, la deshumanización del cuerpo del obrero.

Sin embargo, en las primeras décadas del siglo XX, la creciente prosperidad de la cultura del consumo dotó al lado benigno de la cultura mecánica de una potente fuerza embriagadora y la máquina pasó a ser el principal símbolo de modernidad. Tal como lo entendía el fotógrafo Paul Strand, la máquina era una fuerza profética: era el “nuevo Dios”, el agente transformador del trabajo, de la vida cotidiana, de las costumbres y del país. Strand observó las piezas de las máquinas (un torno, un eje) con una intensidad que las transformaba en abstracciones, alejándolas de su contexto laboral. El interior de la cámara de cine fue otro de los temas de la cámara fija de Strand y, a un nivel más abstracto, la cámara, que también es una máquina, simbolizaba, como sostenía Strand, el poder del hombre de controlar la fuerza de la tecnología.

Ojalá fuera tan sencillo.

Cuando Henry Ford le encargó a Charles Sheeler que creara una serie de fotos que describieran el nuevo milagro industrial –la planta de River Rouge en las afueras de Detroit, Michigan–, transformó los gigantescos hornos, las desmedidas cucharas de colada, las cintas transportadoras, la enormidad de todo el proceso, en una serie de abstracciones estéticas, en un poema a la industria moderna, donde el obrero es una presencia discreta, casi invisible.…

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