Edición Impresa + digital
Idioma: Español / Inglés
Fecha: Agosto 2008
Páginas: 183
Encuadernación rústica
ISSN: 1577-272-1
Versión digital
ISSN-e: 1577-272-1
Máquinas
Machines
EXIT #31 Máquinas analiza el modo en el que la fotografía ha utilizado la representación de las máquinas a lo largo del siglo XX.
La editorial Máquinas sensibles, reflexiona, repasando la iconografía cinematográfica del robot, sobre cómo la máquina no sólo simboliza los miedos del hombre a la despersonalización sino también sus deseos de perfección. Francisco Javier San Martín traza en su artículo, La máquina y su sombra, una historia de la forma en que las vanguardias se apropiaron de la máquina como metáfora de la modernidad. Miles Orvell examina el uso que la fotografía actual ha dado a la representación de las máquinas. Cierra el número el texto de Elio Grazioli que parte de la famosa frase de Andy Warhol “Quiero ser una máquina” para indagar sobre la relación que han mantenido los fotógrafos contemporáneos con la propia máquina fotográfica y el concepto de automatismo que podría asociársela.
En este número se ha incluido también una amplia entrevista realizada por Louise Neri a Hiroshi Sugimoto sobre su serie Conceptual Forms, dedicada a modelos didácticos de fórmulas matemáticas y maquetas que recrean complejos mecanismos, serie sobre la que también escribe Thomas Kellein. Se incluyen dossieres de las obras de Peter Fraser y Stéphane Couturier que cuentan con textos escritos por los propios autores.
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Editorial
Máquinas sensibles
Rosa Olivares
La absoluta fascinación del hombre por lo nuevo, por lo desconocido, es el origen mismo del desarrollo, del progreso y de toda esa aventura, no siempre alegre, que ha sido la historia de la humanidad. Fascinación por el fuego, por la primera punta de lanza, fascinación por la primera flecha que puede matar a un enemigo lejano, y sobre todo y cada vez más, fascinación por la máquina, por la tecnología, por el futuro. Porque la máquina es el deseo completo: es lo nuevo, pero es también el símbolo del progreso, y desde luego una especie de espejo para el hombre y, sobre todo, implica un deseo cada vez más cercano de alcanzar la perfección. En la tecnología como en ningún otro terreno el hombre busca la máxima rentabilidad, la belleza completa y la perfección como único objetivo. Cada generación de máquinas es más perfecta. El ordenador, como máquina más desarrollada, es el mejor ejemplo: una máquina con memoria, una máquina que efectúa cálculos mejor que el hombre, cuya memoria es impensable para un ser humano, con una velocidad en sus procesos infinita, una máquina de la que se espera que juegue al ajedrez, nos ayude a guisar, y a la vez dé la hora, que sirva como máquina entre las máquinas. El progreso debe ser esto, una máquina que nos acompañe.
De la máquina, en sus futuras generaciones, se espera que sienta. Es decir, que se parezca al hombre aún más. Pero el cine ya nos ha enseñado que para que una máquina funcione realmente bien, es decir, obedezca a los deseos del hombre, no sólo no debe sentir sino que ni siquiera debe pensar. El cine moderno nos ofrece todas las posibilidades de maquinarias humanas o humanizadas desde 2001: Una Odisea del Espacio (Stanley Kubrick, 1968) hasta Yo, Robot (Alex Proyas, 2004).