anterior

El refugio

siguiente
La cabaña de Heidegger

La cabaña de Heidegger

Es difícil hablar sobre la necesidad de un refugio para pensar. Normalmente los que nos dedicamos a la cultura, vivimos aceptablemente bien, sin excesivos lujos pero rodeados de nuestros libros, de obras amigas. En estas circunstancias privilegiadas no se entiende muy bien la necesidad de buscar refugio en cualquier otro lugar. Sin embargo, yo he sentido muchas veces esa necesidad, de irme a algún sitio aislado, lejano, de difícil acceso, por unas semanas. No se trata de vacaciones, es un lugar para trabajar, para pensar. Para pensar mejor y, sobre todo, para tomar distancia. Leyendo el libro La cabaña de Heidegger (Adam Scharr, GG, México) me he dado cuenta de que no es algo tan extraño, en esa pequeña y austera cabaña de la Selva Negra, al sur de Alemania, Heidegger fue el mejor Heidegger, el más completo, su obra alcanza en ese lugar mínimo en medio de la grandeza de un paisaje espléndido su mayor altura y su lógica más íntima.

Durante muchos, tal vez demasiados, años dedicándome al arte más actual, viendo lo más posible y lo más reciente, “lo último”, cuando lo de la semana pasada ya parece obsoleto, la velocidad de los cambios, a veces sólo aparentes, es agotadora. El agobio de no perderse la penúltima bienal, la nueva inauguración, resulta no sólo desgastador, sino que va maltratando la capacidad de ver, agotando la de pensar. La repetición es inevitable pero no por eso menos cegadora. Hay momentos en lo que ya todo te parece lo mismo y entre el ayer, el hoy y el mañana, no parece haber ningún incidente digno de significado. Es el momento de buscar refugio, como cuando de repente los aviones sobre nuestras cabezas empiezan a soltar sus bombas, o simplemente cuando la lluvia torrencial nos pilla en plena calle. Un refugio para protegerse, pero también para poder olvidar, cerrar los ojos y soñar, recordar… la pequeña cabaña de Heidegger hubiera sido perfecta, pero yo nunca tuve esa casita en el campo. Mi refugio fue durante muchos años el arte clásico.

Ese arte pretencioso, escandaloso, casi siempre hueco y que nunca llegará a la grandeza de esas pinturas oscuras de las esquinas de las salas de algunos museos locales

Esos maravillosos museos de arqueología, los de Bellas Artes en los que puedes encontrar los restos de tantos siglos de vida y a veces también de cultura, que te esperan silenciosos en sus vitrinas, sin esperar nada a cambio.…

Este artículo es para suscriptores de EXPRESS

Suscríbete