Lo mejor de Los Ángeles es ir al supermercado. No exagero cuando digo que recorrer sus pasillos probablemente sea el equivalente a pasear por las salas del Whitney o del MOCA, por poner un ejemplo local. Toda la historia del arte estadounidense se encuentra en el supermercado. En cada estante puede sentirse cierta estética de la acumulación, como aquella carne enlatada de la marca Spam que Ed Ruscha pintó en 1962 como epítome de unos valores que suelen achacarse a la sensibilidad del país: condensada, homogeneizada, prefabricada. Y es que el supermercado angelino parece evidenciar, una vez más, el proceso mediante el cual la estética del capitalismo de la imagen —desarrollado principalmente en EE. UU.— ha permeado en todas las esferas de la vida cotidiana: la acumulación de siempre lo mismo camuflado de diferencia. Así, las dinámicas de oferta y demanda parecen crearse desde cero disfrazando el consumo homogéneo de libre elección del consumidor. En la sección de papel higiénico, por ejemplo, puedes elegir entre más de una veintena de marcas que ofrecen lo mismo, si bien cada una tiene sus propias dinámicas materiales para despertar deseo a través de su envoltorio. Lo mismo sucede con los refrescos, las salsas de tomate, los lácteos, los fideos instantáneos (tienen un pasillo entero coronado como «ramen»), los dentífricos y cualquier otro producto que pueda soñarse en los estantes de un supermercado.
Parece cumplirse ese dictum pregonado alegremente por Warhol sobre la aparente democratización de los bienes de consumo en Estados Unidos, afirmando que lo mejor de la Coca-Cola no es sólo saber con certeza que es igual en todos lados (no importa que la tomes en Nueva York, París, Berlín o Jerusalén), sino que también es la misma en todas las personas: la Coca-Cola que bebes es la misma que toma el presidente, la misma que toma Liz Taylor y la misma que bebe el mendigo de la esquina1Andy Warhol, Mi filosofía de A a B y de B a A (Barcelona: Tusquets, 2021), 111. Lo mejor de los supermercados es que todo lo que necesitas se acumula en forma de diferencia. Nuestras necesidades específicas están cubiertas aunque acabe siendo lo mismo para todo el mundo. Democracia pura y dura. Pero estas estéticas de la acumulación no son estáticas, sino dinámicas: el producto pasa de mano en mano, de estante en estante, de cajero en cajero, de bolsa en bolsa, de cliente en cliente, de hogar en hogar, y así eternamente.…
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