Es 20 de noviembre y la niebla abraza el aeropuerto Marco Polo. Desde el autobús que nos lleva hasta la ciudad de Venecia, solo se ve el mar a ambos lados de la carretera. La densa niebla hace difícil distinguir el límite entre el cielo y el agua. Viajamos como flotando en el espacio, sin necesidad de suelo, de referencia. Después de unos minutos de conducción en línea recta en ese extraño limbo, llegamos a Piazzale de Roma, donde el jaleo de autobuses y el gentío nos confunde.
Nada más salir del vehículo, con las mochilas sobre los hombros, los primeros pasos en dirección a la Bienal nos sitúan irónicamente sobre el famoso (y catastrófico) puente de Calatrava, paso obligatorio para llegar a nuestro destino. Como bien saben los venecianos, este supone un tremendo peligro en días de niebla y lluvia, pues se convierte en un terreno enormemente resbaladizo que acaba siendo escenario de caídas, sobre todo para aquellos primerizos visitantes de la ciudad que caminan velozmente con sus maletas, desconocedores del riesgo que acecha a cada paso.
La ciudad nos avisa, desde su recibimiento, del poder de la arquitectura para guiar nuestro rumbo
La ciudad nos avisa, desde su recibimiento, del poder de la arquitectura para guiar nuestro rumbo, para conducir nuestros pasos, nuestras miradas, nuestras reuniones e, incluso, nuestras caídas. Andando en dirección a Arsenale, donde se encuentra una gran parte de los proyectos de la Bienal, pienso en la trágica ironía de la ciudad. Destinada a ser inundada por la subida del nivel del mar de aquí a no mucho tiempo, recibe cada dos años cientos de propuestas arquitectónicas que viajan desde casi todos los rincones del mundo. Venecia, cuyo fatal destino se antoja irremediable, pareciera explorar otros posibles horizontes y formas de vida o, más bien, pareciera suplicar ayuda, pedir auxilio; refugiarse en la esperanza de un futuro a través de la salvación arquitectónica o, en caso contrario, hundirse para siempre.
La gran pregunta de la ciudad de Venecia sigue siendo “¿cómo vivir juntos?”, ¿cómo habitar entre canales, en una ciudad que lucha contra las inundaciones y que lidia con la llegada de enormes masas de turistas? En esta 17ª edición de la Bienal de Arquitectura, se lanza esa misma pregunta al mundo: How will we live together? Ese interrogante —que da título a la Bienal— tiene aún más sentido en un periodo marcado por la crisis de la pandemia de la COVID19.…
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