Hay un tiempo importante desde nuestro nacimiento y la primera mirada que hacemos sobre nosotros mismos. Es un tiempo formativo y deformativo. Es todo ese tiempo en el que nos impregnamos de traumas infantiles, sexuales, que nos acompañarán ya siempre, aunque no lo queramos saber. Nos miramos fragmentadamente desde que nacemos: las manos, los pies, incluso nos los chupamos. Cuando descubrimos quiénes somos físicamente, de una sola y larga mirada, ya hemos conformado una idea de belleza, hemos creado toda una serie de estereotipos que tienen mucho que ver con los otros, en especial con nuestros padres. Pero, aunque no sepamos que aspecto exterior tenemos, ya hemos creado un concepto de nosotros mismos, somos el yo alrededor del cual gira el universo.
Cuando finalmente nos vemos, allí enfrente de nosotros mismos aparece alguien que no reconoceríamos en otras circunstancias. La teoría del otro, los problemas de identidad, toda suerte de complejos, crecen alrededor de esa persona que nos mira sorprendida desde un espejo. Poco tiempo después de ese encuentro, ya es habitual el cruce de miradas con nosotros mismos al pasar frente a un escaparate, un espejo, una superficie que nos refleja, como si nos encontráramos con alguien que es más que nuestro amigo.
En la literatura, el espejo tiene un papel entre mágico y perverso. A él le preguntamos si hay alguien más hermoso que nosotros mismos, como la madrastra de Blancanieves, aunque en nuestro caso, por suerte, no contesta. Alicia lo traspasó comenzando un viaje mágico para el que no le hizo falta ni billete ni equipaje, ni siquiera unos ácidos lisérgicos. Y es que a veces la imaginación es más fuerte que cualquier otra droga. El arte se convertiría en ese espejo maravilloso que a lo largo de los siglos nos devolvería una imagen a veces maravillosa, a veces distorsionada. El arte, como en el caso del retrato de Dorian Gray, sería el espejo y el espejismo en el que el tiempo transcurriría y nos llevaría a la vejez, mientras que nosotros permaneceremos siempre jóvenes y hermosos. Y dentro del arte, el retrato y el autorretrato fomentarían la idea especular de la imagen. Pero, naturalmente, sería la fotografía la que acabaría con cualquier duda al respecto. El deseo, no sólo de ser los más bellos del mundo, sino de ser mirados, la obsesión por esa devolución de las miradas, la búsqueda de un muro en el que encontrarnos, es en la fotografía, en el vídeo, en el cine, donde alcanza una mayor energía creadora. No en vano estos nuevos lenguajes se forman como estructuras que van desde la idea de ventana (un vínculo inexpugnable con la pintura) que puede ser inherente a la pantalla de cine, de televisión, hasta el medio especular por excelencia: la fotografía.
En las páginas siguientes de esta revista que todavía no ha nacido, que lo hará el próximo siglo XXI, se pueden encontrar imágenes que desde el origen de la fotografía hasta el uso actual del vídeo, el cine y las nuevas tecnologías, nos vuelven a plantear esa eterna pregunta que todos hacemos frente al espejo: ¿quiénes somos nosotros? Y estos espejos no solamente nos devuelven nuestras propias miradas, sino que las ensanchan y alargan, física y conceptualmente. Prolongan la idea de esa devolución de nuestra propia imagen, fragmentando el contenido psicológico, literario, artístico. Son muchos los artistas que forman este número 0 de Exit, y podrían haber sido muchos más pero no hemos querido ser un catálogo exhaustivo de posibilidades, sino simplemente un espejo en el que todos ustedes se pudieran mirar. Y reconocerse. Reconocerse en algunas de las imágenes, de los textos, de las frases, de las intenciones de todos o de alguno de los que hemos hecho posible esta nueva publicación, que puede ser tan vieja como la historia del arte, tan nueva como la primera mirada de un niño enfrentado a un espejo. Tan diferente como cada una de las veces que nos vemos, que nos miramos, que nos reconocemos, que nos fotografiamos.
Un espejo es siempre una superficie misteriosa de la que no sabemos qué puede venir hacia nosotros, si el reconocimiento de nuestra belleza, de nosotros mismos, el terror de otra mirada ajena a la nuestra, el negro de un pozo que nos arrastra a otro lugar. Sobre la distorsión, la magia, el misterio, sobre nosotros mismos, sobre nuestra curiosidad y nuestro egoísmo hablan todas estas imágenes que empiezan donde acaban estas líneas. Y dos aspectos radicalmente diferentes centran este primer número: por una parte un artista ya clásico como es Duane Michals y su eterno retorno sobre el paso del tiempo, la identidad, el misterio de las cosas y su relación con nosotros, la distorsión de la imagen y la sorpresa, el juego y la ironía. El diálogo se establece con Valérie Belin, una joven y desconocida artista francesa, la que opone a la multiplicidad de imágenes de Michals la idea del espejo como mundo en sí mismo, como fragilidad y reflexión inacabable. Y el coro esta formado por decenas de hombres y mujeres que alguna vez se han asomado a un espejo con una cámara en la mano, buscándose a ellos mismos o buscando otras personas, otros lugares. Ahora nosotros, con nuestras miradas y con las palabras que en textos y entrevistas acompañan a estas imágenes, continuamos la búsqueda y prolongamos el encuentro.
Un espejo roto trae siete años de mala suerte. No sabemos los años de suerte que puede traernos empezar la vida de una revista recomponiendo fragmentos de espejos que giran, como satélites de una galaxia desconocida, a nuestro alrededor desde hace años. No muchos años, tal vez la imagen más antigua que habita en nuestras páginas sea el “Espejo Veneciano” de Thurston Thompson, de 1853, una excepción en una revista que surge con un siglo nuevo, el siglo XXI. Las últimas décadas son las que más se reflejan en nuestras páginas, espejos de papel en los que se miran decenas de artistas de todo el mundo, de todas las nacionalidades, de todas las edades. Algunos muy conocidos, representantes de estilos y modas, otros prácticamente desconocidos; no importa. Exit no es una revista de moda, no es tampoco una revista exclusivamente de arte, de fotografía. No es, desde luego, una revista centrada en la actualidad de un momento efímero, como son todos los momentos. Exit es una revista para leer y para mirar, para reflexionar y para disfrutar. Para guardar y recuperar en cualquier momento. Decía que tal vez no fuera una revista tan nueva, a pesar de que todavía no ha nacido, porque con Exit pretendemos volver a hacer una publicación para el disfrute y el placer no sólo del que la lea sino también de los que la hacemos. En Exit se encuentran las nuevas tecnologías y los avances de la comunicación con el placer y la tranquilidad de un diseño devoto de las artes gráficas. Una revista es para leer, y una revista que se dedica a la cultura y a la imagen es también para mirar. Pero no olvidemos que es también, una elección cultural, una postura ante la vida y ante los temas que nos preocupan o que nos divierten, que nos gustan o que nos disgustan. Así, cada tres meses encontraremos en Exit textos e imágenes para compartir y para pensar, para mirar y para entender un momento nuevo, un siglo nuevo a través de la obra y del pensamiento de hombres y mujeres de todo el mundo y de muy diferentes especialidades. Todo ello con el denominador común de la imagen más actual del arte: la fotografía, el vídeo, el cine de creación, internet y todo lo que se va añadiendo a las ya múltiples posibilidades de la creación visual. Sin olvidar jamás que las artes plásticas son también una línea de creación del pensamiento, y sin darle una especial importancia a aquello de que una imagen vale lo que valen mil palabras. Algunas imágenes no valen nada y hay palabras que pueden matar. La imagen y la palabra, juntas, nos pueden ayudar a vivir, a pensar y a gozar. Esa es la imagen que nos gustaría ver cuando nos asomemos al espejo de Exit. Nosotros también queremos ser su espejo.