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El British Museum sufre un hurto insólito

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Entrada al British Museum. Vía Wikipedia: CC BY-SA 3.0

Sobre el arte de robar (arte)

Los cuentos, la Historia y el cine nos han enseñado, entre otras cosas, que hay ladrones de todo tipo: los hay de guante blanco, cuyo hurto magistral casi pudiera considerarse una obra de arte; ladrones violentos y desorganizados (conocidos como “destrozadores”), que terminan por hacer del robo una masacre; ladrones obsesivos y maníacos, que planifican durante décadas el plan perfecto; también existen los ladrones merodeadores u oportunistas, que vagan acechantes, que se hallan siempre a la espera de encontrar el instante decisivo para delinquir; ladrones voyeurs y narcisistas, que retornan al lugar del crimen para regodearse con el éxito de su gesta delictiva; ladrones torpes, poco metódicos o patosos, que dejan huellas sin quererlo; ladrones kamikazes o incluso suicidas, que dejan marcas, pistas y señales a sus persecutores, para jugar así al gato y al ratón; y finalmente algunos que actúan con patrones reconocibles y dejan su firma en el escenario del crimen, con tal de que su figura se convierta en un icono mediático.

Más allá de toda esta mitología, podemos dividir, a grandes rasgos, a los ladrones en dos grandes grupos: los que no consiguen ser identificados y atrapados (y de quienes nunca sabremos que, ciertamente, fueron ladrones, debido a la profesionalidad de su campaña) y los que, por el contrario, son pillados in fraganti, o después de un tiempo; aquellos que genuinamente podemos reconocer como ladrones, señalarlos con el dedo, ponerles rostro y que —no siempre— cumplen condena por sus actos. Muchos de estos se han escapado del cine, las series, las novelas y las historias de ficción para delinquir en la vida real; a veces incluso se hospedan en los lugares más inesperados… De hecho, la mayoría de los ladrones contemporáneos ocupan puestos de poder (económico, político, financiero) y se encuentran a simple vista: conocemos sus nombres y apellidos. De ellos, ya casi ni siquiera nos sorprende —por desgracia— el hurto; en todo caso nos enfada su desfachatez, su “sinvergüencería”, su torpeza. Podríamos detenernos a hablar de ese tipo de ladrones previsibles (e hipervisibles) que se esconden en la superficie, que se llevan tantos por cientos, que juegan a ser dioses o semidioses y que siempre encuentran un chivo expiatorio… pero esa es otra historia. En la que hoy nos detenemos no hay políticos corruptos: se trata de una historia tan singular como inverosímil, tan insólita como fascinante, como terrorífica, como ridícula, en cierto modo. Se trata de un hurto que son en realidad miles de hurtos; un robo que se extiende en el tiempo, de manera paulatina y silenciosa, y que tiene como escenario del crimen un museo, nada más y nada menos que el British Museum.

Dos mil piezas puede parecer un número muy elevado, sobre todo para ser sustraídas de un museo tan relevante como el British Museum sin que nadie se dé cuenta

Hace dos semanas nos llegaba la noticia de un presunto robo a gran escala de obras del British Museum, realizado por un propio empleado del museo durante muchos años. Al principio se hablaba de cientos de obras, pero finalmente hemos sabido, después de que se confirmara este insólito hurto, que se trata de más de dos mil piezas, robadas paulatinamente y vendidas a través de la plataforma online de compraventa de productos eBay. Según se ha sabido recientemente, la mayoría de los objetos eran pequeñas piezas guardadas en un almacén perteneciente a una de las colecciones del museo. Las piezas que fueron sustraídas son de un enorme valor tanto histórico como material (aunque se vendieran por precios irrisorios en eBay, como 40, 50 o 60 libras). Se trata de joyas de oro y gemas de piedras semipreciosas y vidrio que están datadas en el siglo XV a. C. Ninguna de las piezas había sido expuesta al público recientemente y se conservaban, muchas de ellas, sin catalogar, principalmente con fines académicos y de investigación.

Gran Atrio de Isabel II del British Museum, inaugurado en el año 2000. Fotografía de David Iliff. Licencia: CC BY-SA 3.0

La primera posición pública del museo la expresó el propio director del British Museum, Hartwig Fischer, quien lamentó el “inusual” incidente y afirmó que siempre se han tomado muy en serio la seguridad de los ítems del museo. Igualmente, a las horas de que se conociera la noticia, el museo procedió, nada más descubrir que faltaban artículos, a despedir al autor de este robo a gran escala: Peter Higgs, de 56 años de edad, comisario y responsable del departamento de las civilizaciones y las culturas del entorno mediterráneo.

Dos mil piezas puede parecer un número muy elevado, sobre todo para ser sustraídas de un museo tan relevante como el British Museum sin que nadie se dé cuenta, pero desde luego no son tantas obras si situamos esta cantidad en el contexto de los fondos del museo. Y es que el British Museum colecciona alrededor de ocho millones de obras; gran parte de las cuales, paradójicamente, pertenecen al expolio del patrimonio histórico cultural de otras sociedades, en épocas pasadas. Justicia poética o ironías del destino, el caso es que, en un acto de meta-hurto o hurto endogámico, el British Museum ha sido robado desde dentro, y además sistemáticamente, durante años, como si la propia práctica del hurto se tratase, en el caso de esta institución, de un vicio insanable.

Si nos informamos un poco, nos damos cuenta, en cambio, de que esta práctica no es exclusiva del British Museum sino que sería una dinámica extendida y generalizada

Hartwig Fischer, exdirector del British Museum. U.S. Embassy London

Si nos informamos un poco, nos damos cuenta, en cambio, de que esta práctica no es exclusiva del British Museum sino que sería una dinámica extendida y generalizada, según asegura el diario The Guardian en un artículo reciente, en el que asevera que los robos por parte del personal suponen un problema común en estas instituciones. “Los hurtos y desapariciones de objetos de los museos pueden ser algo más corriente de lo que asumimos, tanto aquí en el Reino Unido como en otros países. Suelen ser piezas de un valor económico muy bajo, no se trata de obras con un valor incalculable. Por lo general son pequeñas, fáciles de transportar y cuya ausencia no resulta llamativa”, explica a este respecto Alison Cole, la directora de The Art Newspaper.

Conocemos, en efecto, otros muchos casos de obras de arte robadas (algunas recuperadas, otras no), aunque en condiciones bien distintas. Entre las que desconocemos su misterioso paradero, una de las más sonadas es la enorme escultura (de 38 toneladas de peso) de Richard Serra, Equal Parallel / Guernica-Bengasi, que el Museo Reina Sofía adquirió por más de 215 mil euros y que desapareció a principios de siglo de una nave industrial de Arganda del Rey —donde el MNCARS la tenía en custodia— sin dejar ningún rastro. Hasta el día de hoy nadie sabe qué pasó. La causa de la investigación se cerró en 2009 y solo dejó hipótesis que nunca se probaron: desde que la robó un millonario hasta que fue fundida para reaprovechar el acero. Fascinado por esta historia imposible, el escritor español Juan Tallón dedica su última novela, Obra maestra, a imbuirse en la narración de este robo sin solución.

Cuando llegó la policía solo encontró un cartel que ponía: “gracias por la falta de seguridad”

Otro hurto que no acabó con la recuperación (total) de las piezas robadas es el que tuvo lugar en julio de 2015 en Madrid, cuando se robaron cinco retratos realizados por Francis Bacon; hurto que se ha convertido en uno de los más mediáticos y controvertidos robos de arte contemporáneo sucedidos en España. Los cuadros fueron sustraídos del domicilio de José Capelo, un empresario que había sido pareja del pintor británico al final de su vida, sin que se pudieran recuperar más de tres de las cinco obras del famoso pintor. También nos ha llegado la impresionante narración del robo que se llevó a cabo en 2005 en los jardines de la Fundación Henry Moore en el condado de Hertfordshire, en Londres: un trío de ladrones sustrajo una escultura en bronce de 2 metros de altura y 2 toneladas de peso. Según las cámaras de vigilancia, estos tardaron 10 minutos en hacerlo, con ayuda de una camioneta 4×4. Posteriormente, la obra fue vendida a una fundición.

Edvard Munch, El grito, 1893

Sin embargo, no todo son obras perdidas o desaparecidas. En la historia de los robos de obras de arte, de hecho, en muchas ocasiones se encuentra al ladrón y a las obras

Sin embargo, no todo son obras perdidas o desaparecidas. En la historia de los robos de obras de arte, de hecho, en muchas ocasiones se encuentra al ladrón y a las obras. Por ejemplo, uno de los casos más conocidos es el hurto de El grito, de Edvard Munch. Paul Enger necesitó menos de un minuto para acceder a la Galería Nacional de Oslo y trepar hasta la sala Munch con una escalera de madera. Abrió la ventana, cortó el cable que sujetaba la obra y huyó. Ocurrió el 12 de febrero de 1994, día en el que se celebraban los Juegos Olímpicos de Invierno y cuando llegó la policía solo encontró un cartel que ponía: “gracias por la falta de seguridad”. Más tarde, el ladrón fue detenido en un hotel y la obra recuperada.

Aunque pueda parecer evidente que el hurto de obras de arte es un grave problema y en ningún caso algo deseado —un gran perjuicio para el patrimonio histórico y artístico—, el robo de una obra de arte no siempre ha sido completamente nefasto para la posterior vida mediática de la misma, ni tampoco para la fama de la institución en cuestión. De hecho, una de las obras más famosas de la historia —seguramente el cuadro más icónico de toda la historia del arte, un icono mundial que todos reconocemos con un rápido vistazo—, alcanzó la fama internacional justamente a causa de un robo. Estamos hablando de La Gioconda, la Mona Lisa, de Leonardo da Vinci.

Leonardo da Vinci, Mona Lisa, 1503-1516
El hueco que quedó tras el robo perpetrado en 1911 por Vincenzo Peruggia en la pared del Museo del Louvre

El primer capítulo del libro Teoría de la imagen, de José Jiménez, comienza explicando las consecuencias que tuvo el robo de la tabla La Gioconda de Leonardo, que desapareció del Museo del Louvre el agosto de 1911. “El hurto desató una auténtica histeria nacionalista, en el agitado clima político y social del momento, cuando se estaba ya gestando lo que sería la Primera Guerra Mundial”, explica Jiménez. También profundiza en lo enormemente relevante que fue, en este caso, la difusión que se hizo del cuadro desde la prensa y los medios, que reprodujeron masivamente —tanto en Francia como en el extranjero— la imagen del cuadro al relatar la desaparición del mismo. De tal forma, en ese clima, la imagen se hizo tremendamente popular y, en seguida, se empezaron a hacer versiones del retrato, a incluirse en tarjetas postales y a representarse dicha imagen de mil y una maneras —convirtiéndose la Mona Lisa, quizás, en el primer meme de la historia—. Más adelante, en 1914, la obra fue recuperada y, a partir de ese momento, utilizada como reclamo publicitario. Nunca antes una obra de arte había sido tan reproducida en la historia. Justamente, de ahí viene su fama; gracias al hurto, La Gioconda se convirtió en la pieza del patrimonio artístico de occidente más conocida en el mundo. Hoy día se exhibe en el Louvre tras un cristal antibalas.

En esta ocasión, lejos de incrementar el valor de las obras robadas o el prestigio de la institución, esto ha supuesto un gran mazazo para el British Museum

Fotografía de la Mona Lisa en el Louvre. Fotografía de Mario Sánchez Prada

En esta ocasión, lejos de incrementar el valor de las obras robadas o el prestigio de la institución, esto ha supuesto un gran mazazo para el British Museum, que se atribuye a sí mismo el papel de guardián de la historia y que se encuentra ahora mismo envuelto en un bochorno internacional. Este expurgo involuntario que ha sufrido el British, uno de los museos enciclopédicos más grandes y relevantes del mundo, daña enormemente su imagen y tiene unas implicaciones muy graves, incluso a nivel geopolítico. En este sentido, el periodista de El País, Rafa de Miguel, explicaba recientemente que “nadie se ha atrevido a poner un precio en dinero a todo lo desaparecido en el BM durante los últimos años, pero el coste político y en reputación del museo ha sido elevadísimo”. Además de que el director del British Museum, el alemán Hartwig Fischer, se viera obligado a dimitir después de la mala gestión ante lo sucedido, y de que su segundo, Jonathan Williams, el verdadero responsable de la falta de respuesta ante las primeras señales de alerta, haya sido abruptamente sustituido por Carl Heron (el director de Investigaciones Científicas de la Institución), figuras de muchísima relevancia han tenido que tomar cartas en el asunto, como el exministro de Economía del Gobierno, George Osborne (conservador de David Cameron), quien lleva una semana recorriendo las televisiones, haciendo propósito de enmienda.

De igual manera, ciertos países han decidido alzar la voz ante esta situación; entre ellos Egipto, Grecia y China, que han aprovechado la coyuntura para reclamar la devolución de obras y piezas robadas. A este respecto, justamente el mencionado Osborne llevaba varios años manteniendo conversaciones y negociaciones con el gobierno griego para encontrar una solución que concluyera con el retorno de los mármoles del Partenón a la Acrópolis ateniense. Parece que este evento del robo lo ha acelerado y encrespado todo. “Tienen que devolver ya los mármoles del Partenón, porque ha quedado claro que no están en un lugar seguro”, exigió la semana pasada Despina Koutsoumba, la directora de la Asociación de Arqueólogos Griegos.

No es de extrañar que aquellos países cuyo patrimonio histórico y artístico se encuentra custodiado por los muros de esta institución alcen la voz y exijan con contundencia una reparación

“Los enormes agujeros en la custodia y seguridad de los objetos culturales del BM sacados a la luz con este escándalo han contribuido al desmoronamiento de la leyenda tan extendida de que todos estos objetos estaban mejor protegidos en ese museo”, ha escrito en sus páginas editoriales The Global Times, un periódico chino bajo la propiedad y control del Gobierno de Pekín. En el caso de China y Egipto, estos países reclaman la devolución de tesoros expoliados. De hecho, China reclama al British Museum la devolución de 23.000 piezas. También Nigeria, donde se situaba el reino medieval de Benín, reclama al British Museum los “bronces de Benin”, las delicadas placas de bronce y latón con bajorrelieves de figuras humanas y animales. Ciertamente, la inmensa mayoría de la enorme colección del Museo Británico, de hasta ocho millones de piezas, procede de países distintos del Reino Unido, y una parte significativa de ella fue adquirida por canales inadecuados —poco legales o legítimos—. No es de extrañar que, ante este saqueo realizado intramuros, aquellos países cuyo patrimonio histórico y artístico se encuentra custodiado por los muros de esta institución, alcen la voz y exijan con contundencia una reparación.

El verdadero debate: cómo dar un nuevo sentido a esa vocación de “ilustración” universal que tenía el museo en el siglo XVIII

Además de todo esto, este caso del robo del British Museum hay que mirarlo con lupa. Pues, si bien este hurto pertenece a la tipología de robos en la que el ladrón es localizado, condenado y culpado por sus crímenes, tiene este hurto múltiple la peculiaridad de que, si bien conocemos la identidad del ladrón, no sucede lo mismo con aquello que éste ha hurtado. Así, a pesar de que muchas de las piezas robadas han vuelto al BM, debido a que la mayor parte de lo hurtado no estaba expuesto —permanecía guardado en los depósitos— y tampoco estaba catalogado ni inventariado, difícilmente puede ser rastreado y localizado. Es, efectivamente, muy complejo buscar algo de cuya naturaleza no sabemos apenas nada.

Quizás en este caso podemos quedarnos con la parte positiva. Y es que pareciera que este insólito hurto (casi mejor le podemos llamar saqueo) no solo ha levantado las alarmas de políticos, dirigentes y de la sociedad civil, sino que está sirviendo para comenzar a reconsiderar la función y naturaleza del museo en el siglo XXI, o eso parece al menos. “Este incidente sirve para reforzar la voluntad de reimaginar el museo en la que ya nos habíamos embarcado”, ha asegurado Osborne. Figuras como Cole apuntan hacia el verdadero debate: cómo dar un nuevo sentido a esa vocación de “ilustración” universal que tenía el museo en el siglo XVIII. “¿Debe permanecer como un museo del mundo, y para el mundo, en el que se establece un diálogo interactivo entre sus diferentes objetos y culturas? ¿O la obligación de restitución supone un nuevo enfoque?”, se pregunta Cole. Esperemos que estos interrogantes se materialicen en una genuina reflexión y en una efectiva puesta en práctica, mutando las estrategias de almacenamiento, entre otras muchas cosas. Esperemos que todo esto haya servido para algo.