Los paseos de Bruce Nauman en su estudio vacío del San Francisco de finales de los 60, siempre han conformado en mi secreta recopilación de “momentos decisivos” del devenir del arte contemporáneo, el ejemplo más eficaz de artista reflexionando en soledad, sin más apoyo que la fisicidad de su cuerpo en el espacio. Su incansable caminar, sus pateos, sus golpes, sus lanzamientos de pelota, o el chirriar de su violín, forman escenas que todos hemos visto alguna vez. Y nos decimos: “se trata del artista Bruce Nauman buscándose a sí mismo”, despojándose de materiales, de disciplinas, de las técnicas y los discursos que acababa de superar en su reciente graduación en la universidad. Nauman, abarcando con sus zancadas la arquitectura de aquella tienda de ultramarinos que había hecho su estudio en 1966, se estaba preguntando cómo proceder: “Por entonces no tenía estructura de apoyo para mi arte; …no había ocasión para hablar de mi obra. Y un montón de cosas que estaba haciendo no tenían ningún sentido, así que desistí de hacerlas. Eso me dejó solo en el estudio; y suscitó la pregunta fundamental: ¿qué es lo que hace un artista cuando se queda solo en el estudio? Mi conclusión fue que si yo era artista y yo estaba en el estudio, entonces todo lo que estuviera haciendo en el estudio debería ser arte… A partir de este punto el arte se convirtió más en una actividad y menos en un producto”.
“Levanto el espejo de mi vida
En dirección a mi rostro: 60 años.
Lo lanzo y hago añicos el reflejo.
El mundo como de costumbre.
Todo en su sitio.”
Imágenes 1-4: Reflejos de un viaje, 1998 Video-stills. Video-proyección, 8’30″ Máscara de vidrio soplado, 13 x 22 x 9 cm Cortesía del artista y Galería Salvador Díaz, Madrid
El planteamiento está claro: cualquiera de sus acciones se convertían en arte, sus rutinarias faenas protagonizadas por él mismo, eran arte, el propio artista era arte también… Pero si lo pensamos bien… su declaración de intenciones, su actitud, no eran tan distintas a las de cualquier creador que desde tiempos inmemoriales se ha enfrentado a la fría soledad de su taller esperando la inspiración o aplicándose a la disciplina de sus pinceles. La diferencia estaba en el registro que de esas rutinas estaba haciendo Nauman, en esa cámara encendida, fija, delante de la cual daba rienda suelta a sus pesares y búsquedas.…
Este artículo es para suscriptores de ARCHIVO
Suscríbete