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Unos adultos pequeñitos, muy pequeñitos

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infancia

Miguel Trillo. A la salida de un concierto de Barón Rojo en el Pabellón, Madrid 1984 Cibachrome, 38 x 50 cm Cortesía del artista

De creer a Victor Hugo, en el siglo XVII unas cofradías secretas llamadas las comprachicos recorrían Europa comerciando con niños para uso de reyes, papas y sultanes. Compraban a los pequeños a sus familias, por lo general paupérrimas, y, mediante toda una ciencia ortopédica espantosa, los encerraban en jarrones para bloquear su crecimiento, volverlos canijos, convertirlos en monstruos, en eunucos o bufones destinados a excitar la hilaridad de las multitudes.

Nuestra época ha repudiado este tipo de “industria perversa” y ha sabido, por lo menos en los países democráticos, envolver los años tiernos con una serie de derechos y protecciones. Cabe preguntarse no obstante si, a su modo taimado, no practica otras metamorfosis igual de asombrosas, si no vivimos una mutación que afecta a nuestra definición misma de lo humano. En otras palabras, si no se cierne sobre cada uno de nosotros una verdadera invitación a la inmadurez, una forma de infantilizar a los adultos y de recluir a los niños en la infancia, de impedirles crecer.

Illustration
Alessandra Sanguinetti. Sin título, de la serie Las Aventuras de Guille y Beli y el Enigmático Significado de sus Sueños, 2000. Cortesía de la artista

El buen salvaje a domicilio

La infancia, así como la familia, nos dice Philippe Ariès en un ensayo famoso, es un sentimiento reciente en Europa. Considerado en la época medieval como una cosa pequeña y frágil, sin rostro ni alma, una res nullius -la mortalidad infantil era entonces muy elevada-, el niño no accedía a la humanidad hasta muy tarde. Vivía hasta ese momento confundido con sus mayores en un estado de promiscuidad total que nos escandalizaría hoy en día, llevando a cabo en contacto con ellos su aprendizaje de la existencia. Habrá que esperar al siglo XVII para que, con el movimiento de escolarización iniciado por las órdenes religiosas, empiece a darse en las clases acomodadas la separación de la infancia y el nacimiento de la familia como sede de la intimidad y de los afectos privados. Presuntamente inocente a imagen y semejanza del Niño Jesús -se lo representa hasta el Renacimiento como un hombre en miniatura-, el niño será preservado de toda influencia deletérea, aislado y colocado bajo el control de pedagogos que tratarán de prepararlo para la edad adulta. El afán educador se impone con su cortejo de solicitudes, de especialistas, de métodos apropiados, y conocerá su apogeo en el siglo XIX.

Tengo el derecho de responder a todas vuestras quejas con un eterno Yo.

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