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Uniformes y libreas

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Gianfranco Mantegna. Detalle de Unititled (Pino Pascali), 1965. Courtesy of Archivio della Galleria L’Attico, Rome.

Identidades inestables. Helmut Herzfelde no participó en la Gran Guerra porque fue declarado exento, pero aún así quiso distanciarse del militarismo prusiano. Llevó su identidad a un punto de fuga y cambió de nombre: se registró como John Heartfield, es decir, ni siquiera cambió de identidad, sólo la tradujo al inglés, para dejar atrás toda implicación con el imperialismo delirante que asolaba su país. Mientras tanto, su amigo George Grosz, dos años más joven, se había alistado voluntario en 1914, pero tuvo que abandonar el ejército por razones de salud. Vuelto del frente, se paseaba por Berlín con el uniforme militar, sin cambiárselo durante seis meses, para recordar a los ciudadanos la imagen miserable del barro y los excrementos en las trincheras, para evocar la guerra y mostrar su horror. Había ido al frente alegre y combativo, azuzado por ese romanticismo difuso de violencia, muerte y salvación, pero volvió inmunizado de militarismo para toda su vida. En 1920, cuando ambos amigos formaban el núcleo del Club Dada de Berlín, uno de los lemas centrales de la Primera Feria Internacional Dada fue el antimilitarismo. Sobre la sala central, atiborrada de collages, fotomontajes y consignas impresas, sobrevolaba el Arcángel prusiano, un oficial alemán con cara de cerdo. El uniforme, y especialmente el militar, pretende borrar la subjetividad individual a través de igualar ese plus de individualidad que supone optar por una prenda u otra, un estilo u otro en el vestir. El violinista y compositor Heinz Meyer también hubo de vestir uniforme, aunque el suyo no era el pardo del ejército, sino el de rayas blancas y negras horizontales del campo de Buchenwald. Se vio obligado a tocar su violín en el llamado “Batallón musical”. Liberado por las tropas aliadas, huyó en 1948 a los Estados Unidos donde lo primero que hizo fue cambiar su nombre propio, aunque como Helmut Herzfelde no lo cambió sino que lo tradujo. Desde entonces se llamaría Henry Meyer, en un intento desesperado de dejar atrás el horror alemán.

Antes aún del surgimiento de la vanguardia, el espíritu bohemio, estrechamente ligado al dandismo, mostró ya un inequívoco rechazo de la uniformidad burguesa en aras del individualismo. Las veladas en Le Lapin Agile o Le Chat Noir, se sucedían, más que en torno a un arte transgresor, en el desarrollo de una variopinta voluntad de diferencia. Comenzaron a ser conscientes de que la vestimenta es lo más próximo que habitamos y por ello, la definición más exacta de nuestro espacio personal.…

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