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Reflejos y reflexiones del medio especular

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David Hilliard. Untitled Barcelona, 1997. Cortesía del artista.

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Como un frontón: toda la realidad exterior rebota sobre la materia pulida o azogada, sobre esa superficie enigmática donde reside, en puridad, la naturaleza misma de todos los espejos. Imán de imágenes o de realidades ajenas. El espejo las atrae y luego las expulsa al universo exterior, al lugar de la mirada. El espejo no quiere las cosas, no se las queda para sí. No es simpático, ni amable, ni acaparador: es un ente ‘repelente’. A pesar de todas las apariencias, no es penetrable sino duro y frío. Por eso era tan fantástica la Alicia de Lewis Carroll y tan quimérico el viaje de La sangre de un poeta, de Jean Cocteau. El más allá del espejo es mi más acá. Me devuelve siempre con implacable precisión los dardos y las puyas, las sonrisas y carantoñas. Todo lo que le lanzas tiende a convertirse, para ti que lo miras, en un insulto visual.

2

No es ilimitado. Cierto es que ha servido a veces como metáfora de cosas más bien infinitas (ejemplo: los discursos sobre la naturaleza en tanto que ‘reflejo especular’ de la divinidad), pero no hay en verdad ningún espejo sin unos bordes. Arriba y abajo, derecha e izquierda: aunque sea redondo u ovalado, o aunque tenga los perfiles inciertos que caracterizan a los cristales rotos, el espejo exhibe los mismos problemas de área y superficie que la pintura o la fotografía convencional. Lo reflejado, por tanto, es siempre un fragmento del mundo. De ahí se deduce que todo espejo exige una estrategia de posición (dónde está colocado) y otra, combinada, de contemplación (quién lo mira, y desde qué lugar). Añadamos el tiempo cronológico y atmosférico también, pues no en todas las horas puede existir esa luz sin la que el espejo no puede vivir…

3

Y es que, como Goethe antes de expirar, también el espejo parece exigir “luz, más luz”. Es enemigo de la noche, y hermano histórico del sol, con cuya iconografía se asimilaba su tradicional forma circular u ovalada. Ese rebote perfecto de la pelota luminosa, digámoslo así, ha permitido la identificación del espejo con el origen mismo de la luz. ¿No es la palabra ‘reflector’ un sinónimo de faro o de foco luminoso? Esta peculiaridad no ha impedido un interesante coqueteo con la poética de las sombras: pensemos en los espejos de la pintura tenebrista, no muy abundantes pero de gran interés poético.

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