Un oeil ridé bleu dans un verre clair
Tristan Tzara
A S. R., que se preocupa de los pobres dandis, en recuerdo de los dandis pobres.
No todos desde luego, aunque demasiados quizás como para que haya ocurrido por casualidad, lo que no quita para que la pregunta pueda carecer de respuesta; o lo que es peor: para que la respuesta no contribuya a un mejor conocimiento de DADA, materia ya de por sí oscura. Cuando uno emprende una averiguación de índole tan caprichosa suele barruntar dónde acabará, y de ahí probablemente que se atreva a emprenderla. En este caso en cambio debo confesar –y confío en que se me crea– que lo hago completamente a ciegas, y que, por lo tanto, nada finalmente saque en claro el lector, salvo más oscuridad. Solo me queda, pues, repetir algo que dijo alguna vez Erik Satie; “Aunque la información que damos sea falsa, no podemos garantizarla”.
Y a todo esto, ¿dónde llevaba Tristan Tzara su monóculo, el más notorio de los que aquí van a ir asomando, en el ojo derecho o en el izquierdo? Mi duda procede de unos apuntes tomados por Picabia en 1920 con vistas probablemente a un retrato del poeta; otro más, pues dos años antes lo había retratado de frente y con el monóculo del lado derecho, como se ve precisamente en innumerables fotografías donde lo luce orgullosamente. Por el contrario, en esos apuntes de 1920, donde Tzara está mirando hacia la izquierda, asoma también por ese lado, sorprendentemente opuesto al habitual. Parece poca cosa, me diréis, pero por algún lado había que empezar; y en concreto, naturalmente, por los motivos de ese emplazamiento; dos por lo menos: 1º, que Tzara se lo cambiara de sitio por tratarse de algo ajeno a la función correctiva de los aparejos ópticos; y 2º, que Picabia no pudiera representar a Tzara sin su característico monóculo, fuera cual fuera la pose que adoptara, quedando así necesariamente retratado como “El hombre del monóculo” en un mundo donde predominaban los artistas y escritores con gafas, incluso entre quienes no las necesitaban, como André Breton, que en aquellos mismos años las llevaba un tanto exageradas y con extraña insistencia, casi de manera desafiante, habiendo dejado de llevarlas cuando se hizo surrealista.
No he hablado de desafío por hablar; pues el caso es que durante los años en que DADA inquietaba París Breton no suele aparecer con gafas en las instantáneas que se tomaron de la pandilla un poco al buen tuntún, sino en retratos solitarios y presumiblemente intencionados, donde lo vemos mirando, desafiantemente en efecto, cara a cara, en una actitud que tiene incluso algo de chulesca.…
Este artículo es para suscriptores de ARCHIVO
Suscríbete