Todos, menos los filósofos más ascéticos, disfrutamos de la comida alguna vez. Sin embargo, comer y beber aparecen en sus teorías, a menudo, a modo de advertencia: ¡Cuídate de gratificar el cuerpo con sus tentadores placeres! La distinción entre la satisfacción del apetito físico y el arrebato contemplativo del disfrute estético se ha promovido desde las primeras teorías modernas de las artes; puesto que el papel de las bellas artes es supuestamente el de dar placer al ojo y al oído, desestimando los llamados sentidos inferiores, incluido el sentido del gusto.
La distinción entre sentidos superiores e inferiores puede hallarse en escritos que se remontan hasta Platón, aunque se convirtió en un asunto central de la filosofía durante el periodo de la Ilustración en la Europa del siglo XVIII. Las teorías del “gusto” estético surgieron a raíz del cambio teórico que identificó la belleza como un tipo de placer, en lugar de una cualidad objetiva. Como consecuencia de esto, establecer una distinción entre la satisfacción de los apetitos y los placeres más contemplativos de tipo estético pareció especialmente necesario. Comer, beber y el sexo representan la parte “animal” de nuestra naturaleza, ya que compartimos estas actividades con otros seres vivos. No así, la creación artística y el desarrollo científico que son logros estrictamente humanos. De aquí que los placeres corporales que nos proporcionan el gusto, el olfato y el tacto deban ser diferentes a la satisfacción que proporciona el arte que merece denominarse “belleza”.
Comer, beber y el sexo representan la parte “animal” de nuestra naturaleza
Que el gusto pueda funcionar a nivel estético y que la comida y la bebida deban ser consideradas una más de las artes, plantea dos cuestiones que, aunque diferentes, suelen aparecer juntas. Además de las preocupaciones sobre los placeres en un sentido corporal, está el hecho de que los objetos del gusto, la comida y la bebida, son perecederos. El mismo acto de apreciar la comida la hace desaparecer, mientras que productos duraderos como edificios, cuadros y esculturas resistirán el paso de generaciones; la música, al menos la escrita, puede ser escuchada por siempre. La mesa produce solo logros temporales, velozmente consumidos. Por último, hay una evidente consideración práctica: podemos vivir sin arte, pero la comida tiene un valor insustituible que tiene poco que ver con sus méritos artísticos, ya que la nutrición se necesita para sustentar a los organismos vivos.
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