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Las obscenas vidas de lo obsceno

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Sobre la obscenidad

Como ocurre con cualquier biografía, la palabra obscenidad tiene al menos tres pasados, uno verdadero, otro inexacto y otro imaginario; como sucede con cualquier vida, el relato menos probable es, también, el que nos resulta más fascinante.

Así, la exactitud etimológica cuenta que el término obsceno posee una genealogía clara: es aquello procedente del cieno, la materia fétida extraída desde el fondo de la ciénaga, ese lugar blando, húmedo e intransitable donde la vida se mezcla con la mierda.

Aquí aparecen, ya, todos los imaginarios que enmarcan el concepto, su dimensión baja y escatológica, su oscura procedencia, su condición de ecosistema autosuficiente y de naturaleza corrompida que pervierte la lógica natural.

Pero antes incluso de definirse lingüísticamente, el vocablo ya había adquirido cierto uso peyorativo, según ilustra Isidoro de Sevilla en sus Etimologías, quien vincula la obscenidad a todo un pueblo “lascivo”, el de los Oscos, cuyo lenguaje poco exquisito parece ser que soliviantaba al erudito Doctor de la Iglesia. Aunque no sólo a él, porque los miembros de la RAE abundaron igualmente en la idea del obispo, añadiéndole al término una hache de huraño y huidizo, o sea, poco dado al trato y a la sociabilidad. De todas formas, ésta es sólo la segunda acepción que dicha palabra tiene para el diccionario y no la peor, pues en última instancia se nos dice, con alarde racista incluido, que hosco también significa “de color moreno muy oscuro”.

Hasta aquí la verdad del alfabeto y a partir de aquí la primera inexactitud, que cuenta cómo las escenas de sexo y violencia propias de los dramas atenienses se representaban en un lugar oculto del escenario –ob skené–, ya que resultaba poco elegante asesinar y gozar ante los ojos del público allí congregado, no fuese a ser que las masas perdieran su uniforme compostura.

En este desplazamiento desde lo bajo de la ciénaga hasta lo apartado de la vista comienza a “observarse” que la obscenidad es un asunto que atañe a la mirada o, dicho de otra forma, que el principal peligro de lo obsceno –y su más conspicua intensidad– se expresa ópticamente, por lo que tal vez una forma rápida de cauterizarlo sea, simple y llanamente, bajar los párpados.

Hans Bellmer, Sin título, 1946. Ilustración para Georges Bataille, Histoire de l’oeil.

No sabían Esquilo, Sófocles y Eurípides, entre otros, que la lujuria empieza justo con este mismo gesto y que en la hosca oscuridad de lo invisible “vuelan pájaros con los ojos reventados, todo es falso, sufro”, según diría Georges Bataille.…

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