(De la literatura a las pequeñas pantallas)
Cuando la audiencia global se quedó mirando embobada a la Reina Isabel II de Inglaterra actuando junto a Daniel Craig/007 en la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos de Londres, posiblemente muchos se hayan dejado fascinar por la sorprendente soltura con la que tan altisonante e institucional autoridad se estaba dejando manejar por un frívolo personaje de ficción, aceptando las reglas de su peculiar mundo de helicópteros y arriesgadas actuaciones. En ese momento, los que estamos desde siempre más cerca de los integrados que de los apocalípticos, pensamos con deleite que la cultura de masas había ganado el partido al enervante, exangüe, intolerante esnobismo de las élites.
Sin embargo, estaba claro desde ese mismo momento que era totalmente legítimo y deseable, y no menos interesante, hacer otra lectura de ese cuadro, del que quedará para siempre el recuerdo audiovisual, entregado al imperecedero mundo de youtube. Otros ojos, menos hartos de las apolilladas, aburridas y pomposas apariciones en los medios de nuestras latinas autoridades, habrían en efecto podido ver en esa misma secuencia el otro lado de la moneda de la asombrosa adaptabilidad de las instituciones monárquicas con la que juega: su omnipresencia, su capacidad de sobrevivir a todo, la sutileza con la que transforma circunstancias y personas concretas y contingentes en figuras eternas, a la vez símbolos de la historia y superiores a la cronología de un contexto. La propia exasperación de la britanidad del último 007 –el de Skyfall (Eon Productions, S. Mendes, 2012)–, su casi-harrypotteriana transmutación, habla en el fondo de lo mismo, de una ficción que pretende mezclarse con algo supuestamente real o cuanto menos simbólicamente operativo, como es la reconfortante sensación de reconocerse en una identidad nacional.
Hace tiempo ya, al menos una década, que los sociólogos de la cultura, por ejemplo John Thompson, o los historiadores de la sociedad, como Eric Hobsbawm, sobre todo británicos (y no será sólo un caso), han alertado de la necesaria pervivencia de algunos aspectos del mundo tradicional en las circunstancias de la modernidad y postmodernidad, y de cómo los medios de comunicación de masas han sabido responder a la petición de identidad y pertenencia a una colectividad que sigue vigente en las sociedades postindustriales. Es difícil poner en duda, por ejemplo, el crucial papel que radio, cine y televisión han jugado, y siguen jugando, en la creación de valores, símbolos y discursos compartidos identificados con una determinada nación.…
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