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Jardines públicos

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jardín

Jordi Bernardó. Lloret de Mar, 2000. Courtesy of the artist and Galería Senda.

«Herederos de esa tradición arcádica son, por ejemplo, los parques públicos creados en muchas ciudades occidentales, de acuerdo con los ideales democráticos y los principios en vigor del urbanismo moderno, desde la segunda mitad del siglo XIX, para atender las demandas de recreo y esparcimiento de la pujante clase trabajadora siguiendo la estética del jardín paisajista, solo que, por lo general, de mayores dimensiones. No faltan en ellos, junto a las construcciones pintorescas de antaño, nuevas edificaciones de acero y cristal como los invernaderos. Las ciudades jardín y las diferentes ecotopías surgidas a lo largo del siglo XX se seguirán mirando en el espejo de la Arcadia. Y ese nombre probablemente seguirá conjurando la elegíaca añoranza de la naturaleza en las ciberpolis masificadas del futuro.

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Jordi Bernardó. Madrid, 2000. Courtesy of the artist and Galería Senda.
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Jorge Yeregui. La senda. Lumen Building, Wageningen, Paisajes mínimos series, 2009. Courtesy of the artist.
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Jorge Yeregui. M14. Gare de Lyon, París, Paisajes mínimos series, 2010. Courtesy of the artist.

En un permanente juego de espejos y referencias cruzadas, de citas visuales y resonancias espaciales, de ecos de ecos y lugares que remiten a otros lugares de una geografía sentimental e intelectual, los jardines paisajistas trenzan una tupida red de significados. Las sombras de la caverna platónica se pasean por los muros de los ninfeos, las grutas y los manantiales. La presencia del sabio solitario, retirado del mundo y consagrado únicamente al conocimiento, se adivina más que verse en las ermitas y cabañas. La sola visión de un templo en ruinas sume al paseante en sombrías reflexiones sobre las usuras del tiempo. El murmullo de las aguas del arroyo que serpentea por los prados trae a la mente las palabras de Heráclito: «no te bañarás dos veces en las aguas del mismo río». Al contemplar el reflejo de las nubes que arrastra el viento sobre la superficie rizada de la laguna, despertamos del espejismo de las apariencias y nos asomamos súbitamente al fondo inasible del ser.

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Jordi Bernardó. Lloret de Mar, 2000. Courtesy of the artist and Galería Senda.

Esas y otras escenografías de gran densidad simbólica y carga emocional transforman el paisaje en un discurso filosófico; y el sendero zigzagueante que recorre el parque, en un camino iniciático. Al descifrar los mensajes ocultos en esas representaciones, el paseante se siente tocado en lo más profundo y le embarga una emoción que se parece mucho al asombro que, según Aristóteles, hizo nacer en los seres humanos el deseo de hacerse preguntas, pues estos «comienzan y comenzaron a filosofar movidos por el estupor» ante el hecho insólito de que las cosas sean lo que son.…

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