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Alfredo Jaar. Vista de la instalación Due o tre cose che so sui mostre (Dos o tres cosas que sé sobre los monstruos), 2019. Palermo, Italia, Cortesía del artista

“Hemos aprendido a administrar el fracaso y eso nos une”

No hay, a mi entender, mejor prueba de que las últimas décadas se ha esbozado una idea operativa del “arte latinoamericano” —no solo en el extranjero sino en el centro mismo de la región— que la fundación del Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires en el 2001. Que uno de los museos más importantes de Buenos Aires y el primero dedicado en parte al arte moderno y contemporáneo que se fundaba después de décadas en la ciudad tenga como centro mismo de su colección al arte latinoamericano y no al arte europeo, precolombino o meramente nacional revela una mínima idea de tradición operativa y viable en los albores mismos de la contemporaneidad.

Que se haya erigido, además, en la zona más identificada con el proceso de globalización, por no decir Menemista, de los años 90 (barrio norte bonaerense), sugería que a diferencia de las antiguas aristocracias de la región (y especialmente la argentina) híper identificadas con Europa, esta nueva burguesía estaba, más bien, identificada con una región emergente que se figuraba más integrada en sí, y con una nueva cara ante el mundo.

Si bien el 2001 mismo fue el annus horribilis argentino, la fundación del museo fue más que precisa en términos temporales, ya que fue al inicio de la década prodigiosa para la región. Para el 2011, a los 10 años de su fundación, los circuitos artísticos de la región habían sido ya articulados, las ferias regionales habían aparecido y se habían engarzado casi en un calendario único, y las bienales y trienales se habían extendido hasta hacerse ubicuas. Además, los latinos ya jugábamos casi de locales en Miami Art Basel, y era imposible estar en alguna ciudad importante del mundo occidental sin ver alguna exposición de algún compatriota de la “patria grande”. Estábamos, finalmente, en todos lados y fueron los años felices, en donde el primer andamiaje de circuito global comenzó a ser reemplazado por rutas ya asfaltadas en la región, y de las cuales Buenos Aires y más precisamente el MALBA eran parte central.

Quizá esta sea la pista sobre lo que es Latinoamérica: un archipiélago que gestiona los desastres del fracaso de nuestra modernidad

Pero, como sabemos, la fiestita regional se acabó hacia el 2012-2013, cuando comenzó a sentirse la caída de las materias primas y, al final de la fanfarria, quedó claro, ni un peso de la época de vacas gordas fue usado para transformar el aparato productivo de nuestros países y que después de unos años de franca mejoría regresábamos a nuestra posición de siempre: al final de la tabla de naciones.…

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