post_type:texto_central
Array ( [0] => 84350 [1] => 84351 [2] => 84352 [3] => 84353 [4] => 84354 [5] => 84355 ) 1
size_articulos_ids: 6
Current ID: 84350
Current pos: 0
Articulo anterior: La vida se va como el humo
Articulo siguiente: Zachary Zavislak
prevID: 84349
nextID: 84351
anterior

El tiempo de un bodegón

siguiente
naturaleza muerta

Alec Soth. Bible Study Book (Prophet in the Wilderness), Vicksburg, Mississippi, 2002. Courtesy of the artist and Gagosian Gallery, New York

Pascal se admiraba de la fascinación que provocan los bodegones, mientras que la contemplación de los objetos reales que esos bodegones representan no parece suscitar ningún interés. Pero es que la imagen, de alguna manera, contiene a la vez al objeto y su emoción contemplativa. Tal es lo que sustenta la poética de la naturaleza muerta, también llamada vida en suspenso, o vida quieta . Ya que no se pueden retener los objetos de nuestras pasiones, habremos de contentarnos con su imagen. “Para perpetuar la emoción -escribió Emmanuel Sougez- esa imagen debe ser precisa y contener las causas de la atracción. El espíritu no puede contentarse con el “flou” de un recuerdo, sino que quiere encontrar, a cada llamada de la memoria, todo lo concreto de su aventura. Sólo la fotografía es capaz de satisfacer este deseo”. Tenemos, pues, aquí, la imagen fotográfica como una ecuación matemática sobre lo real; capaz de atrapar en lo concreto una estructura fija, estable, sobre la que los objetos mismos y las emociones que provocan puedan en definitiva organizarse: reposar, sostenerse. No puede extrañarnos, por ello, que el primer daguerrotipo conocido sea precisamente una naturaleza muerta: unos vaciados en yeso y otros objetos sobre una mesa que Daguerre inmortalizó en un ya lejano 1837.

Illustration
McDermott & McGough. You Seize the Flower its Bloom is Shed VI, 1890, 1990 Palladium, 61 x 51 cm. Original photograph. Courtesy Galerie Jérôme de Noirmont, Paris
Illustration
Emmanuel Sougez. Trois poires (Tres peras), 1933. Bromuro de plata, 37 x 29 cm. Cortesía Marie-Loup Sougez, Madrid

A lo largo de toda una vida volcada en la fotografía, Emmanuel Sougez se concentró con auténtico rigor jansenista en las variaciones de estas estructuras, de estas pequeñas arquitecturas de visión sobre humilde mesa casi conventual. Al cabo, como señaló Guy Davenport, “la reiteración es un privilegio de la naturaleza muerta que no comparten muchos otros géneros.”

Esa repetición demuestra sin duda un verdadero amor a los objetos, y a la vez un ansia equivalente de diafaneidad geométrica y, acaso, espiritual. Así, en 1947, durante una convalecencia, Sougez fotografía a distintas horas del día y de la noche una simple puerta, una puerta ciertamente ordinaria. Al final de la serie aparece, como en sueños, en el marco de la puerta, una mujer desnuda. Estamos como ante la aparición de Eurídice, el tesoro final de la demorada investigación escópica: posiblemente la realidad última, el cuerpo tangible de la belleza.

Este artículo es para suscriptores de ARCHIVO

Suscríbete