Edición Impresa + digital
Idioma Español / Inglés
Fecha: Mayo 2005
Páginas: 168
Encuadernación rústica
ISSN: 1577-272-1
Versión digital ISSN-e: 1577-272-1
Naturaleza muerta
Still-life
EXIT #18 Naturaleza muerta arranca con un editorial de Rosa Olivares, La vida se va como el humo, que abre el número con una serie de reflexiones genéricas sobre el tema y su evolución en la historia del arte, y, en particular, en relación con la fotografía, además de sus vínculos con la representación del paso del tiempo y la vida cotidiana.
Una visión ensayística y más amplia la aborda en este número el autor y profesor de la Universidad de Vigo, Alberto Ruiz de Samaniego, quien traza en su texto, El tiempo de un bodegón, un itinerario transversal que recorre el tema de la naturaleza muerta desde lo artístico y lo estético hasta lo filosófico y lo sociológico, desde la melancolía que habita en las vanitas hasta el consumo capitalista que se deriva de los objetos.
Entre los dos artículos centrales, se incluyen 4 portfolios de 10 páginas cada uno de 4 artistas en cuya trayectoria la naturaleza muerta constituye un referente significativo. El joven norteamericano Zachary Zavislak inicia esta serie de dossieres con una obra muy canónica, inspirada en los bodegones barrocos y una puesta en escena muy cuidada, tal y como se comenta en el texto de Celia Díez que acompaña sus imágenes. La mirada del alemán, radicado en Londres, Wolfgang Tillmans, está más en la línea de lo doméstico y lo cotidiano, con una aparente superficialidad que encierra un profundo conocimiento e interés por el tema como demuestra en su propio texto de acompañamiento. Opción distinta es la del español Manuel Vilariño, que lleva años trabajando con animales disecados como simbologías de fuerzas místicas, sacrificadas y sagradas al tiempo, y que presenta sus nuevas vanitas con velas, frutas y cráneos; un texto de Miguel Ángel Ramos ahonda en el pulso poético de sus imágenes. Por último, el estadounidense Joel-Peter Witkin, un clásico siempre controvertido, aporta sus desgarradoras imágenes en blanco y negro, con sus fragmentos de cadáveres y otros elementos que recrean el género con un lenguaje muy personal, aportando también sus propias reflexiones en un breve texto ad hoc en el que se autodefine como un Payaso/Filósofo.
El otro texto central de este número, La puesta en escena del objeto, corre a cargo del profesor y crítico italiano radicado en Milán, Alberto Veca, quien, desde una perspectiva más formalista, repasa la herencia del barroco y de la historia de la pintura en general a la hora de analizar las composiciones y disposiciones de los elementos que reposan sobre la escenografía de la mesa en toda naturaleza muerta.
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Zachary ZavislakWolfgang TillmansManuel VilariñoJoel-Peter Witkin
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Editorial
La vida se va como el humo
Rosa Olivares
Cuando los primeros fotógrafos iniciaban lo que sería una acelerada carrera estética, sus modelos preferidos fueron, inevitablemente, objetos y edificios, el patio de atrás, los objetos de uso doméstico sacados de la alacena. Necesitaban modelos inanimados que pudieran permanecer inmóviles el tiempo necesario de exposición para que la imagen fuera captada por la nueva técnica fotográfica. Nada más fácil ni más cómodo que organizar, sobre la mesa del estudio, un conjunto de objetos que, tal vez al azar, recondujesen nuevamente la memoria cultural: un busto, un libro, tal vez alguna otra curiosidad… una composición que demostraba nuevamente algo que el artista venía haciendo desde hace más de 4.000 años. Louis Jacques-Mandé Daguerre realizaba el primer daguerrotipo, datado en 1837, fotografiando una naturaleza muerta, una vanitas. La más nueva de las técnicas artísticas repetía una fórmula tan vieja como la historia del arte, ahora bien, lo hacía a la moda del momento, sustituyendo los elementos alimenticios del cuerpo por el alimento del espíritu, en la forma novelesca que los principios del siglo XIX asentaron… “como si la fotografía no tuviera nada nuevo que aportar al arte de la naturaleza muerta”, asevera Guy Davenport.
Olivia Parker. Palace’s Potato, 2001. Courtesy Robert Klein Gallery, BostonLo que demostraba Daguerre al realizar esta naturaleza muerta no era una cultura refinada, sino algo mucho más importante. Por un lado el conocimiento de la época que vivía y de los movimientos intelectuales del momento y, muy especialmente, que la cultura llega a ser algo genético, adquirido a lo largo de las diferentes generaciones hasta convertirse en un lenguaje autóctono, algo que existe y se manifiesta de manera casi inevitable en el hacer de los hombres.