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El retorno de lo cursi

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Cortejo fúnebre de Enrique Tierno Galván, 1986.

¿Puede volver lo que nunca desapareció? Vivimos en tiempos que hoy parecen desesperados y mañana, entregados a la más tediosa intrascendencia e intragable imbecilidad servida como plato del día. La panoplia de “medianías y nulidades” como dijera Clarín y que se desenfunda hasta límites insospechados es de armas tomar dondequiera que se mire. La cursilería tiene sus vaivenes según su momento histórico y cultural, pero hoy se podría decir que es tan ubicua que apenas se nota su presencia, porque tanto se ha normalizado lo cual es llegar a decir casi lo mismo que vulgarizarse. En 2002, Vicente Verdú decía que “cuando toda la sociedad de masas huye de ser tomada como masa, los signos valiosos son aquellos que nos hacen multitud. Tratar de ser muchedumbre cuando hasta el más vulgar huye de ella es moda. Ser vulgar cuando el más ignorante trata de ser singular es exquisito. Lo cursi es pretender ser único”. La ironía devastadora de este comentario desvela hasta qué punto ha llegado a establecerse la relativización de los valores como seña de identidad fundamental de la (post)modernidad.

Dicha relativización parece derivarse de la inversión de valores, que es últimamente una forma de negatividad insidiosa. ¿Cuál es el papel de lo cursi en todo esto? Históricamente, ¿aparece en un principio lo cursi como fenómeno negador? La primera aparición documentada de la cursilería en el Cádiz de los años treinta del siglo XIX apunta claramente a sus orígenes de clase media baja. Un comentario de Francisco de Paula Madrazo en 1849 insinúa lo mismo: hay en Cádiz, dice, “una clase de gente fina en la apariencia, y sin duda en el fondo, pero de condición menos noble y de ocupaciones más mecánicas, a quienes se distingue en Andalucía con el raro nombre de cursis”. Madrazo describe a esta clase de entorno social indeterminado como oscura, las jóvenes literalmente surgiendo de la sombra vespertina de emparrados y follaje verde. Lo que se destaca aquí no es tanto la negación como la incertidumbre, la conciencia algo turbada de que socialmente hablando, se ha formado una nueva clase que no pertenece a las jerarquías tradicionales del pasado. Esta nueva clase señala al mismo tiempo un cambio cultural que poco a poco va a nacionalizarse en el resto del país, como lo demuestran las novelas de Benito Pérez Galdós. De ahí el juicio del personaje galdosiano Abelarda, cuando dice en Miau (1888): “Somos unas pobres cursis.

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