Entrevistas con Lucía Sanromán y Mari Carmen Ramírez
Hubo un tiempo, que probablemente ha durado hasta hace muy poco, en que era posible movilizar a toda la región en base a agitar el “antigringuismo” que ha estado a flor de piel por décadas en América Latina después de casi un siglo de imperialismo directo e indirecto por parte de los Estados Unidos. No era difícil, pues, azuzar un sentimiento que casi era connatural a la noción misma de lo “Latinoamericano”. Después de todo, y como sabemos debido a sus primeras articulaciones por José María Caicedo, en el París del Segundo Imperio, la región se construyó precisamente en oposición a la expansión de “los anglosajones” en el continente americano.
Y es que, como sabemos, desde la articulación de la doctrina Monroe (1823) hasta detentar el monopolio de la palabra “América”, pasando por las más de cuarenta intervenciones militares directas a la región, los Estados Unidos se han ganado a pulso la mala relación con sus vecinos del sur. Lo que es peor, la anexión de la mitad del territorio mexicano en los años 1840, la pseudoincorporación de Puerto Rico en los 1950, y la imposición de un embargo a Cuba después de la revolución, además de las numerosas instancias de apoyo a dictadores y golpes de estado para imponer o mantener sus intereses económicos nacionales desde el derrocamiento de Jacobo Arbenz en Guatemala en 1954 son, al mismo tiempo, vistos por un lado como detalles menores en la marcha gloriosa de una historia nacional “excepcional” mientras que, por el otro, se ven como agresiones imperialistas continuas, propias de la dinámica de una superpotencia mundial con su “patio trasero”.
A la caída del muro de Berlín se le agregó que la inmigración a los Estados Unidos llegó a tal masa crítica que se volvió un actor social reconocible en la vida cotidiana de muchas familias
Sin embargo, es muy posible que aquel sentimiento imperialista tan extendido en la región se haya erosionado de manera rápida a partir de los años 1990, y no necesariamente debido al regreso de las democracias, ni debido al Consenso de Washington, sino porque a la caída del muro de Berlín se le agregó que la inmigración a los Estados Unidos llegó a tal masa crítica que se volvió un actor social reconocible (y aspirable) en la vida cotidiana de muchas familias —sobre todo en México, Centro América, el Caribe y Colombia y el Perú—.…
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