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Por qué los museos sí son un debate político

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Diagrama de Alfred H. Barr para la exposición Cubism and Abstract Art, MoMA, 1936

Civilizing Rituals. Inside public art museum
Carol Duncan
Routledge, Londres y Nueva York, 1995

Mi casa se estaba quemando y sólo podía salvar una cosa. Decidí salvar el fuego

Jean Cocteau

Entre los especialistas de teoría de los museos y comisariado no cabe ya duda de que tanto la formación de las colecciones como su dispositivo de exhibición responden a la asunción y conveniencia más o menos sistemática de un determinado orden ideológico, cultural, económico y sexual. Esto no quiere decir, de hecho todo lo contrario, que los museos no se articulen todavía según discursos hegemónicos en torno a la historia, la alta y baja cultura, su relación con sociedades no occidentales y la desigualdad de género. Sin embargo, o al menos así lo explica en la introducción del libro, en 1994, año en que Carol Duncan escribió Civilizing Rituals, los catálogos y la literatura sobre los museos todavía estaban más preocupados en contar la historia de una colección o de su coleccionista que en analizar de forma crítica sus posibles significados. 

Portada del libro de Carol Duncan

Los museos de arte ofrecen valores y creencias sobre la identidad social, sexual y política, en forma de experiencia vivida

Ante esto, Duncan propuso entender la creación de los museos y los sentimientos que proyectan o quieren proyectar sobre los visitantes como “estructuras rituales”. Su interés en utilizar el término ritual, dice, no tiene que ver con un ejercicio de antropología comparada sino “en el modo en que los museos de arte ofrecen valores y creencias sobre la identidad social, sexual y política, en forma de experiencia vivida”. No obstante, el uso de un término como ritual y el rechazo a la dicotomía arte/artefacto conlleva una crítica implícita al tratamiento distintivo entre la cultura occidental y sus manifestaciones artístico-culturales y las producidas en otras culturas. La creación de los museos en Europa y en Estados Unidos, así como sus implicaciones, las trayectorias y los discursos sustentados a través de las colecciones y sus narrativas responden a la encarnación de líneas políticas, posicionamientos ideológicos sobre las identidades nacionales y el auto-reconocimiento de sus visitantes.

National Gallery, Londres

La creación de museos públicos, la aparente democratización del arte (que no es sino la ampliación de la brecha entre las clases altas y las populares, a las que gratuitamente se les permite ver su inferioridad, eso sí, mientras son educadas en el espíritu nacional) y la necesidad de un arte en el que cobren forma física los valores y las reglas de una sociedad están íntimamente ligadas con las ideas de modernidad y nación. Esta última, en su definición de comunidad imaginada, formulada por Benedict Anderson y aludida en Civilizing Rituals, permite a los individuos sentirse parte del grupo al que pertenecen, y el museo es uno de los necesarios rituales de pertenencia. El reconocimiento del visitante y la apuntaladora encarnación de estas comunidades imaginadas en los “artefactos” expuestos en el museo y su disposición son para Duncan el ritual que tiene lugar en el museo. Un ritual de orden político y social que desde finales del siglo XVIII esta institución tiene como una de sus principales funciones. 

Me queda la duda de si el visitante es un visitante genérico y su agencia termina en la consumación de ese ritual de Estado que es, así pues, el museo

Civilizing Rituals recorre la formación de la National Gallery de Londres y el Museo del Louvre de París como ejemplos del paso de las colecciones palaciegas a colecciones públicas; la formación de los grandes museos de Estados Unidos, como el Metropolitan Museum de Nueva York o el Art Institute de Chicago, cuyos discursos se adaptan a las circunstancias sociales y políticas, marcadas éstas por la burguesía y la inversión privada; la figura de los benefactores y sus colecciones, también en Estados Unidos, expuestas de tal modo y en unos espacios que parecen mausoleos; y, por último, los museos de arte contemporáneo, en particular el MoMA. A través de estos últimos, y de la mano entre otros de Pablo Picasso y Willem de Kooning, el libro cierra con una crítica a la representación de la mujer y sus connotaciones y cómo el discurso museológico responde a una mirada eminentemente masculina heterosexual. 

Me queda la duda de si el visitante es un visitante genérico y su agencia termina en la consumación de ese ritual de Estado que es, así pues, el museo, o si es capaz de subvertir con su mirada y su identidad las maldades del papá Estado y la mamá Nación. No obstante, a través de los museos, Duncan habla en realidad de cómo se ha construido la historia y más en particular la historia del arte. Pese a la (supuesta) influencia de los estudios poscoloniales y de género, así como de la teoría curatorial y la crítica institucional, los museos nacionales y los programas de estudio continúan insistiendo en una narración basada en la idea de evolución como una sucesión de etapas, articuladas por un salto cualitativo, y del gran artista individual como llave para la revolución estética y el orgullo nacional. Por supuesto este artista es un hombre, por supuesto es europeo y su arte por supuesto responde a epistemes hegemónicas extra-artísticas que declaran, una vez más, a la “civilización” occidental como la más elevada.