Hace unos días, ordenando mi estudio —intento deshacerme de cosas que se han acumulado sin explicación y que ya no necesito—, me encontré con un pequeño dilema: un enorme catálogo de exposición que me había regalado recientemente un amigo. El tema de la exposición me interesaba e incluía ensayos de diversas personas a las que conozco, respeto e incluso admiro. Pero el gigantesco volumen encuadernado, con sus cuatro kilos y medio de peso y su enorme tamaño, no me cabe en las estanterías (tengo miles de libros, así que mi problema suele consistir en deshacerme de ellos, no en hacerme con más). Lo había estado usando para elevar ligeramente el portátil en el escritorio, lo que viene bien para las reuniones por Zoom. Pero esta semana he recibido un nuevo catálogo de exposición —este incluye obras mías, así que tengo que conservarlo sí o sí— que resulta más práctico en tamaño y altura para colocar el portátil. ¿Qué hago? ¿Se lo regalo, quizás, a otro amigo artista para que herede la misma combinación de regocijo y engorro?
Me vino a la mente mi difunta tía Elsa Lizalde, historiadora profesional, que pasó muchos años trabajando en el departamento de numismática del Banco de México. Trabajó bajo las órdenes del eminente historiador Daniel Cosío Villegas, que fue consejero del banco hasta su muerte en 1976, aunque ella permaneció en el banco hasta que se jubiló, hacia 2004. Elsa desarrolló muchas investigaciones sobre la historia del dinero en México, la mayoría de las cuales condujeron a la creación del actual Museo de Economía. Una de sus tareas fue escribir ensayos históricos para los libros con espléndidas ilustraciones que publicaba el banco. Se trataba de publicaciones de carácter no comercial, elegantes y de gran formato, que se mandaban como regalos de Navidad a los miembros de la junta del consejo de gobernadores del banco y a clientes importantes. Los libros trazaban el desarrollo de la moneda mexicana desde la época precolombina hasta la época colonial y el siglo XIX y se centraban tanto en el arte y la cultura del periodo como en los sucesos políticos. Mi tía redactó ensayos eruditos y bien escritos que dudo mucho que leyera un gran número de personas: como la mayoría de los libros de sobremesa, estaban pensados para que alguien los ojeara con desinterés en un salón o despacho. Los bancos privados también editaban sus propios libros “de vacaciones” (y solían contratar a mi tía para que escribiera también para ellos al margen de su trabajo).…
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