Muchas veces he pensado en dejarlo todo, en dejar este mundo, estos textos, dejar de escribir esta columna, dejar de ver exposiciones, de ver arte, de hablar de arte, de tratar con artistas, de tratar con teóricos de segunda mano y tercer nivel, de tratar con galeristas de todos los pelajes, desde el de feria ambulante al que ejerce de madre de artistas huérfanos y necesitados de cariño. Dejaría de leer todas las newsletters que me llegan cada día; dejaría de leer libros de arte, de opinar de arte, de tener una opinión propia, más o menos propia por lo menos, pero sin molestar a nadie, por favor; de guardar las reglas del sector, de vestir de negro, de no hacer afirmaciones rotundas, de no dejar traslucir los odios y las manías… Dejaría las inauguraciones pasar sin gloria y sin pena, sin pena ni gloria.
Simplemente dejaría de pasar un tiempo cada vez más valioso, de no perder esos minutos, esas horas que se vuelven de oro con los años, en vanidades ajenas, en ambiciones sin sentido. Al final, como cualquier pez, desde el tiburón a los pececitos de colores, si sales de la pecera sabes que te mueres, si dejas el agua, mueres, si dejas de nadar, mueres. Hay que seguir nadando, respirando, trabajando y sobreviviendo. Hay que seguir aguantando a ese artista de moda que se cree eterno (eternal, diría él) sabiendo que su obra tiene menos tiempo de vida que una polilla. Porque a la mariposa la guardamos clavada con un alfiler, pero a la polilla…
Habrá que seguir un poco más, viendo exposiciones que son la misma exposición que has visto todos los años en diferentes ciudades, en diferentes galerías, hecha por diferentes artistas, desde hace ya demasiado tiempo como para no bostezar en la inauguración; oyendo barbaridades de labios de “mediadores voluntarios” que te explican, cargados de razón, algo que nadie nunca pudo entender simplemente porque no todo se puede entender y porque más allá del conocimiento existe un vacío por explorar, a Dios gracias, todavía desconocido, como una tierra virgen y misteriosa. Si tuviera que decir adiós recordaría, incluso a veces con cariño, a todos los conocidos y a algunos amigos que se quedarán atrapados en este círculo vicioso sin aparentes límites, solo porque son traslúcidos y no se ven; me acordaría de todos de vez en cuando, algunos siguen vivos, algunos otros siguen muertos.…
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