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Las malas prácticas

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buenas prácticas

Francesco Vezzoli. Democrazy, Sharon Stone as Patricia Hill for president, detalle, 2007.

No sé por qué nadie se ha planteado en este país que para contratar al nuevo director de la TATE de Londres, o al conservador de fotografía del MoMA, o a cualquier director de bienales, museos o instituciones de países europeos, o incluso latinoamericanos, no se recurre al término de “buenas prácticas”, como se hace en España. De un tiempo para acá parece que hasta para elegir al presidente de la comunidad de vecinos hay que garantizar el uso de unas buenas prácticas, la limpieza en el proceso… cuando toda esta verborrea no sería necesaria si en “este nuestro país” alguien confiara en que alguna vez se puede elegir a un cargo de una manera limpia, si además confiáramos en que en ese cargo va a ejercer su función con honestidad y que en caso de no hacerlo alguien le puede exigir responsabilidades, esto sería un país adulto, serio, y no nos veríamos como nos vemos.

Se habla tanto de las buenas prácticas que nadie se lo cree. El director de un museo se debería contratar, como se debería contratar al gerente, como se contrata a un ejecutivo en una empresa, porque se le considera apto, idóneo para su función. Cuando algún museo extranjero convoca concurso para ocupar una plaza, las condiciones son claras, los interesados presentan currículo y proyecto y los encargados de contratar, la institución en cuestión, la empresa, elige sin tener que demostrar que tiene las manos limpias y sin delegar en personas ajenas a la entidad. Las buenas prácticas se sobreentienden, es algo inherente. Pero parece que hay que demostrar la inocencia, no la culpabilidad.

Todos y cada uno de ellos la pueden pifiar si son deshonestos pero, en principio, sólo se les exige que sepan hacer su trabajo

Es muy curioso que se exija elegir a los directores con un manual de buenas prácticas, pero ¿qué pasa con los gerentes, los jefes de restauración, de comunicación, de registro, las secretarias y los administrativos? Todos y cada uno de ellos la pueden pifiar si son deshonestos pero, en principio, sólo se les exige que sepan hacer su trabajo.

Al final todo se reduce a la confianza, algo que en este país está empezando a escasear. Hasta tal punto ya nadie se cree nada. Y es curioso que ya nadie crea ni en los que ejercen las buenas prácticas, ni en los que las aplican. El primer ejemplo de buenas prácticas, y que parecía que iba a servir de referencia, fue la elección del director del Reina Sofía por un grupo de supuestos expertos.…

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