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Las buenas intenciones

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Francisco de Goya, La gallina ciega

Desde hace unos años, la gestión política de los museos españoles ha querido mostrar una cara democrática y profesional. Y forzada por las asociaciones de críticos, artistas, galeristas y por un clamor de hartazgo en el sector artístico, se impuso un código de buenas prácticas que prácticamente ha supuesto un adorno a un sector repleto de malas prácticas, malas intenciones y actos perversos. El paso del tiempo ha demostrado que este código era no sólo incompleto sino deficiente y, además, inútil. Con el nombramiento de Manuel Borja como director del Reina Sofía se inauguraba una época que parecía anunciar un declive del peso de la política y de los intereses privados en el mundo cultural: espejismo total. Yo fui miembro del jurado que nombró a Manuel Borja y no voy a contar nada de un proceso limpio y bien gestionado en aquel momento por José Jimenez y en el que la presencia de Simón Marchan garantizaba la ética y la cordura. No hace falta que diga nada porque el paso de los años nos ha demostrado que no hay proceso que funcione si el poder, todo el poder, se junta en unas pocas manos. En aquel momento un abogado me dijo que estaba en contra de este Código de Buenas Prácticas, que se le debería llamar “Código de las buenas intenciones”, porque era impracticable. “¿Quién va a quitar a un director que ha colocado un grupo de expertos?, ¿un político, otro grupo de expertos, la muerte tal vez?” Efectivamente, al final son los políticos los que han prorrogado en el cargo a Manuel Borja, algo que tal vez el mismo grupo de expertos que lo puso no hubiera hecho. Tal vez. Pero eso no es lo peor, sino tantos concursos para directores de museos que han sido claramente amañados por una composición, como mínimo, increíble de los jurados. Pero eso sigue sin ser lo peor, porque lo peor sigue siendo la actitud de los políticos de cada lugar con su prepotencia y su intervencionismo grosero e inculto en la cultura. De eso hemos visto mucho estos años. Porque lo peor no es que un cargo político nombre a un cargo cultural, lo peor es que lo coloque sin asesorarse, sin vergüenza, contra la ciudadanía y contra el propio centro en el que se le coloca; lo peor sigue siendo esa idea del “aquí mando yo”; lo peor es siempre el abuso y la ignorancia de nuestros queridos y votados políticos.…

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