Parecía que no lo lograríamos, pero finalmente hemos llegado a diciembre y el año 2020 se acaba. Es cierto que no todos lo han conseguido, pero por lo menos parece que con el cambio de año hay más posibilidades de controlar, frenar, acabar con esta situación inimaginable hace tan solo un año. O tal vez simplemente hayamos dado un paso hacia el abismo de los sentidos y la realidad es que la tan renombrada “nueva normalidad” sea simplemente aceptar estas nuevas costumbres: permanecer horas frente a innumerables pantallas, perder la idea de equipo de trabajo, limitar las relaciones personales, olvidar a los que no pueden adecuarse a estas nuevas normas de supervivencia. Si al principio del confinamiento universal pensamos que esta era una oportunidad para cambiar el modelo de sociedad que no podíamos desaprovechar, ahora en otro semi confinamiento que ya parece interminable, hemos perdido todas las esperanzas de mejora, e intentamos frenar las quiebras sociales y morales que se abren por todas partes.
Tal vez este no sea el lugar para recordar que si tal vez esta situación abra las puertas de la economía a un sueldo mínimo vital para todos los ciudadanos del mundo la verdadera razón no es la solidaridad ni la búsqueda de una igualdad cada vez más imposible, sino para que pueda seguir reinando el consumo y el neoliberalismo se asiente y arraigue en un territorio en el que el capitalismo ya casi es un recuerdo borroso. No voy a hablar de la gran grieta social que se abre entre los que tienen wifi y ordenadores personales en sus casas y los que aún no tienen luz ni agua corriente. Entre los que comen y los que no. Entre los que tienen trabajo y los que no. Pero que no hable, aquí, de esto no puede significar que no sepamos que esa grieta no solo existe, sino que puede tragarnos a casi todos.
A los viejos nadie les defiende porque no les queda tiempo, como si nuestro futuro no fuese inevitablemente ser viejos
Visto el paso del virus por nuestras precarias situaciones, así, como el que mira hacia atrás mientras huye de una guerra de devastación, solo podemos ver las ruinas que vamos dejando detrás, tierra quemada a la que no podremos volver tal vez nunca. Decimos adiós a las relaciones personales, a tocarnos, besarnos, abrazarnos…a la simple celebración de un cumpleaños en el que ya nadie soplará las velas porque ya no es higiénico.…
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