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La frivolidad

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frivolidad

Ricardo Muñoz Izquierdo. Algo huele mal, 2013.

No sé en qué momento el desnivel del tobogán nos ha obligado a aumentar la velocidad hasta descontrolar nuestra bajada. Sé que estoy metiéndome en un territorio hostil, un terreno lleno de minas antipersonales. La crítica, desde el ya lejano pero imborrable rechazo del impresionismo, no se ha recuperado y no parece capaz de dar un paso al frente y dar una opinión rotunda, por miedo a equivocarse, por miedo a perder amigos y trabajo. Por miedo a que nadie la quiera. Yo tampoco lo voy a hacer, al menos no todavía. Tal vez el momento de inflexión, ese pequeño gesto que abriría la puerta al declive inverosímil de la inteligencia fue cuando una librería de algún museo decidió colocar unas tacitas de diseño junto a Los Pasajes de Walter Benjamin. Luego llego la importancia irreversible de las cafeterías y restaurantes de los museos, desatando un debate que nunca despertaron los almacenes ni los servicios internos de registro… pero la cocina y los cocineros estaban dispuestos a llegar hasta el final: de momento hasta ARCO, protagonizando una burla a todo un sector cada vez más débil y abrumado. Pero nada tan brutalmente celebrado como las inauguraciones con djs, música y cervezas para todos. Y para cenar, comida de autor. Los autobuses que nos llevan de Madrid a Burgos, del DF a Puebla, de cualquier ciudad importante a otra menor pero con museo que inaugura y quiere que vayamos todos, o algunos, tal vez los más guapos y los más ricos solamente… para tomar y comer cosas deliciosas que tapan la importancia de cualquier instalación o pintura que, al fin y al cabo tampoco es para tanto. Además, compramos cecina, sobaos o cerámica local… y tal vez el catálogo de la exposición, o tal vez tampoco, porque como dicen algunos “grandes coleccionistas”: los libros pesan mucho y ocupan mucho espacio. Viva la frivolidad. Y así, poco a poco, llegó Alaska y su Vaquerizo, los debates inverosímiles en televisión y las noticias de los precios increíblemente altos, los escándalos inocentes del arte (desnudos, performances, ironías, algún artista que se clava el pene al suelo en la Plaza Roja de Moscú como protesta… como si tantas otras personas no se dejaran los sesos y la sangre en performances mortales por todo el mundo sin que nadie les considere artistas)… ya no molestan a nadie. Y ese mismo nadie nunca se pregunta cuánto cuesta un Porsche, un yate o un ático de 1.000 metros cuadrados en Marbella, por ejemplo.…

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