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La calle no es tuya

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Vallas metálicas que resguardan hoy el monumento a Cristóbal Colón en Paseo de la Reforma, cuya estatua fue retirada para su restauración. SUN/A.Martínez

Hace no tantos años un político español de origen fascista, dijo algo que resultó ser mucho más profundo y explícito de lo que él mismo pensó. Tal vez el inconsciente donde anidaba su vasta cultura le jugó una mala pasada. Él, en ese momento Ministro del Interior del gobierno de turno, dijo: “La calle es mía”. La respuesta inmediata y un tanto suicida de los jóvenes y no tan jóvenes antifascistas fue unánime: ocupar las calles, las plazas, las ciudades a la voz de “la calle es nuestra”. No fue una manifestación, fue una respuesta social, una declaración de intenciones. La calle es también mía, y tuya, un respeto. Respeta mi espacio. La calle es de todos. No es del Ayuntamiento, ni del poder político, ni de los ricos, ni de los transeúntes, ni de los coches, es de todos. Un respeto. 

Sin embargo, los políticos de cualquier ideología, importancia y poder, relativo o absoluto, ven la calle, el campo, las costas y las ciudades, como el patio de su casa, que, según la canción infantil, aunque cuando llueva “se moje como los demás”, es particular, es decir privado. Pero no es suyo, aunque elijan que adornos navideños, temporales, o que estupideces, más o menos temporales, colocan a nuestro paso de ciudadanos victimizados y obligados por su santa y estúpida voluntad a convivir y a ver obligadamente todos los horrores que su mal gusto o su engordada bolsa tienen a bien colocar por todas partes. Desde pintar un blanco y tranquilo faro de colorinchis ruidosos y vulgares en una bella costa, a esas voluminosas piezas sin padre ni madre que ocupan los cientos, miles de rotondas de las carreteras del mundo.

Eso que se llama arte público suelen ser unas piezas horrorosas

Eso que se llama arte público suelen ser unas piezas horrorosas, carísimas y absolutamente insignificantes a pesar de su precio y volumen, tanto para el lugar como para la cultura. Su único logro, a través del tiempo, es estropear la retina, la cultura y el buen gusto de los que tenemos que soportarlos casi toda nuestra vida. Por cierto, el arte de los museos también es público, también es del Estado o del Ayuntamiento en su gran mayoría, es decir: de todos, pero en su selección y cuidado hay expertos, reglas, niveles, seriedad. Y casi nunca corrupción.

En los últimos tiempos ese movimiento masivo, anónimo y desmedido de querer cambiar la historia, lo ya sucedido, el pasado, con acciones más vengativas que lógicas, está llevando a unas masas de gente relativas a arrojar al río la escultura de Winston Churchill, por ejemplo, acusándole de cualquier cosa que seguramente fue, de acuerdo con las reglas de conducta de su época, pero olvidan o desconocen que gracias a su inteligencia y tesón, Hitler no ganó la segunda Guerra Mundial, y acortó la sangría de medio mundo.…

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