Hace muchos años conseguí comprarme un chubasquero en La Habana. Era época de tormentas, rondaba un huracán y yo no llevaba ni un paraguas. En La Habana no había literalmente nada que poder comprar pero acababa de abrir un Benetton, adelantándose 20 años al paso del tiempo. Naturalmente el señor Benetton no la dirigía ni estaba allí. Era una franquicia, pero si no hubiera sido por ese denostado concepto económico (que suele ser una salida al autoempleo evitando reconocerse como autónomo) yo lo hubiera pasado realmente mal. El año pasado fui a dar una conferencia a Málaga sobre Cindy Sherman y aproveché para ver algunos museos de la ciudad, entre ellos el pequeño Pompidou, del que todos (incluyéndome a mi) hemos hablado mal. Ciertamente es una cajita, más parecido al Cubo de Rubik que al Centro Pompidou de París, pero… no todos los malagueños, no todos los turistas que van alguna vez a Málaga, no todos los españoles han ido a París a ver el auténtico Pompidou. Este de Málaga es una franquicia, un Benetton en La Habana. Pequeño, bonito, en el que todavía no funcionaba en ese momento casi nada, sólo una librería escueta en la que, sin duda, se venderán más bolsos de tela que libros pero en el que había publicaciones más que interesantes que, con toda seguridad, no se encontrarían en ninguna librería de la ciudad. Las exposiciones, un puñado de obras seleccionadas de los fondos no expuestos habitualmente del museo francés, están elegantemente montadas, cuidadas y justificadas por un tema genérico que podría atraer a un público no especializado, en chanclas y pantalón corto que entre sol y tinto de verano, decidían dedicar un breve tiempo al arte actual. A todos ellos esta franquicia les ha salvado de la lluvia de la estupidez turística, como a mí la franquicia de La Habana me salvó de empaparme con las primeras lluvias del huracán tropical de turno.
El placer del arte y el placer de viajar van íntimamente ligados
Visitar el museo original, ver el Prado en persona, el Pompidou, la Tate, cualquier museo de cualquier ciudad del mundo, tiene algo diferente y especial: visitar la ciudad. Ver una cantidad de obras inabarcable, estar en un edificio especial, grandioso y, sobre todo, estar en París, en Londres, en Madrid, en Berlín, en Nueva York… contra eso nada puede competir. Un museo de esa importancia va unido a su historia, a su lugar y todo eso no se puede exportar.…
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