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Antes del adiós

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Lucia Ganieva, Sunset of Fame

La reciente muerte de Juan Goytisolo ha cobrado actualidad con una información sobre sus últimos años de vida. La muerte, ya sabemos, es el mejor momento para rasgarse las vestiduras y alabar al fallecido, aunque nunca se haya leído su obra, ni su pintura, si es el caso, nos haya gustado… si es un político parece que siempre fue bueno y justo, aunque fuera un corrupto o asesino. Y de eso, en España, tenemos muchos ejemplos. Pero cuando estás muerto créanme que nada importa. Es antes de morir cuando las mínimas cosas cobran importancia y las grandes nos ahogan. Al parecer, desde años antes de morir, Goytisolo apenas podía costearse la supervivencia, solo y sin ingresos, solamente la ayuda de César Antonio Molina en su cargo de director del Cervantes, y un sueldo de 3.000 euros mensuales que le adjudicó el diario El País fueron los salvavidas que, junto con un Premio Cervantes de muy buena dotación económica, facilitaron que su vida llegara a su final con una cierta dignidad. No voy a entrar en si sus gastos (haciéndose cargo de tres jóvenes hijos de un amigo y de sus estudios) eran los propios de un anciano solitario, ni tampoco en si tanto los premios nacionales como el Cervantes y algún otro tienen como objetivo premiar una trayectoria o servir de apoyo benéfico a la insuficiente justicia social. Y esto, escrito en España, tengo la absoluta seguridad de que se puede trasladar a muchos otros países, prácticamente a todos los que dan premios. De lo que quiero hablar es de ese tiempo triste y amargo que precede al último y definitivo adiós de muchos de los que han gastado toda su vida en un objetivo bello e inútil: hacer arte, escribir poesía, componer música, crear, crear y crear. La gran mayoría de ellos no consiguen una pensión de jubilación que sufrague sus gastos (en la vejez más costosos por enfermedades y dependencia) quedando al amparo de la familia, el que la tenga.

Sin ingresos fijos durante toda la vida, no cotizan en ningún seguro social público ni privado, viven en el hoy porque el mañana no existe

Ni residencias, imposibles por precio las más o menos aceptables, impensable por escasas las públicas, ni rentas básicas que hagan por lo menos dignos sus últimos años de vida. Atrás quedan los días de gloria y éxito, que todos tuvieron en menor o mayor grado, hoy olvidados, pasada la moda que encabalgaron, sustituidos por otros que hoy brillan y en un futuro no muy lejano serán olvidados y relegados a la miseria y a la soledad.…

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