UMM: erizar cuerpo y materialidad

La huella es aparición de una cercanía, por más lejos que ahora pueda estar eso que la ha dejado atrás. El aura es aparición de una lejanía, por más cerca que ahora pueda estar lo que la convoca nuevamente. En la huella nos apoderamos de la cosa, el aura se apodera de nosotros.
Walter Benjamin¹

-Un mismo movimiento: dispositivo creado por Carlota Mantecón y Luz Prado-

A la pregunta, ¿qué podemos hacer juntas?, asalta una reflexión difusa, una mezcla de hilos de pensamientos, movimientos y tactos que se desactivan entre sí y generan a su paso otras preguntas, otros conceptos y otras memorias de nuestras corporalidades en interacción. Es confuso pensar en estas memorias como relaciones a corto plazo, luego olvidadas; quizá lo idóneo es intentar retener una “codificación a largo plazo”², un/a espécimen/especie —en un sentido de lo vivo— de marco histórico que dé cuenta, incluso de manera anacrónica, del trasvase de conocimientos de un lugar a otro.

Si la historia de la representación, desde una perspectiva canónica, se formaliza a través de la mímesis como herramienta de verosimilitud que acoge el mundo físico, gestos y huellas para traspasarlo al mundo ideal de la representación artística, la evolución de la misma lleva siglos en un ciclo de ruptura, regresión, neos-, trans– y fantasmas del acto de crear. Esto quiere decir, que si aplicamos una perspectiva distinta —que en este momento es, poner el cuerpo y el ojo en otro lugar, periférico y a distancia— podremos aprehender de la historia a partir del gesto no percibido, no contado y, por tanto, no destacado como dominante. Estas encarnaciones otras no parten del acto de copiar, sino de producir o tensionar cualidades identitarias de una alteridad sobre cuerpos diferentes³…

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