anterior

La invulnerabilidad del tardo capitalismo gracias a las nuevas tecnologías

siguiente
Capitalismo

Tetsuya Ishida, Despertar, 1998.

Introducción

Debemos asimilar la invulnerabilidad del capitalismo, capaz de darle la vuelta a todo y salir triunfante de cualquier embate. Las nuevas tecnologías no han hecho otra cosa que apuntalar la vigencia de este sistema, que se ha valido de ellas para sumir al individuo en un sopor consumista y autista que desemboca en docilidad.

A lo largo del ensayo exploraremos la situación previa a la irrupción absoluta y cotidiana de las nuevas tecnologías y sus consecuencias posteriores, siempre previstas y orquestadas por el sistema para asegurar su supervivencia. Para ilustrar este proceso nos serviremos puntualmente de la obra del pintor japonés Tetsuya Ishida, al que el Museo Reina Sofía le dedica una retrospectiva en el Palacio de Velázquez de Madrid que se podrá visitar hasta el 8 de septiembre de este año. Ishida fue miembro de lo que se llamó la “generación perdida” en Japón, una generación desencantada y duramente castigada con elevadas tasas de desempleo tras la crisis inmobiliaria que afectó al país nipón a finales de la década de 1980. Ishida fue capaz de retratar la impotencia y alienación del individuo durante el capitalismo tardío de las nuevas tecnologías.

La sociedad tardo-capitalista habita un mundo donde las personas tienen valor siempre y cuando sean útiles, es decir trabajen o, mejor dicho, produzcan. Siendo el gran héroe de esta sociedad el emprendedor exitoso. Se entroniza equivocadamente al hombre que crea una necesidad para inmediatamente ofrecer a la venta la cura, por supuesto también creada por él.

La sociedad tardo-capitalista habita un mundo donde las personas tienen valor siempre y cuando sean útiles

Esta veneración por el dinero y, por lo tanto, por el trabajo y la “utilidad” se manifiesta desde la infancia. La enseñanza se traduce en un camino acelerado y competitivo guiado por la “estrella polar del mercado” siguiendo una “lógica empresarial” que pasando por una temprana especialización aspira a un trabajo atractivo, no por su desempeño sino por el sueldo que reporta y porque otros no podrán optar a él. Esto produce una asociabilidad entre los estudiantes, consecuencia directa de la competitividad que insufla tanto la ambición codiciosa que mueve el sistema como la presión causada por el desembolso económico familiar que supone una educación cuyo sistema público asiste a su desmantelamiento.

Los niños asumen a veces la carga de su futuro mezclado con las esperanzas familiares, lo que puede desembocar en una autoexigencia peligrosa, acuciada por la presión de destacar por encima de los compañeros, no por originalidad sino por mejores notas mientras continúa su desarrollo académico cada vez más especializado ya en vistas del posterior trabajo.…

Este artículo es para suscriptores de EXPRESS

Suscríbete