anterior

“Rothko cosmology”. Una visita a la Biblioteca Laurenciana

siguiente
Mark Rothko en su estudio frente a su pintura Nº 7, 1960. Fotografía atribuida a Regina Bogat

El próximo 18 de octubre se inaugura una gran retrospectiva sobre Mark Rothko en la Fundación Louis Vuitton de París. Reunirá 115 obras procedentes de las colecciones internacionales más prestigiosas, desde la National Gallery of Art y la Phillips Collection de Washington hasta la Tate Modern de Londres. De manera excepcional ocupará todos los espacios de la Fundación, y estarán presentes todas las etapas artísticas de Rothko, desde sus primeras pinturas figurativas hasta las abstractas por las que es más reconocido.

El crítico de arte, comisario y profesor de la Sorbona de París Riccardo Venturi, que como especialista en este maestro de la abstracción ha participado en la exposición, ofrece a EXPRESS un reflexivo ensayo sobre un aspecto no muy estudiado de la obra de Rothko: la singular correspondencia que puede advertirse entre la obra arquitectónica de Miguel Ángel y una de sus más importantes series de pinturas abstractas.

¿Un espacio claustrofóbico?

Permanezco un rato largo en el vestíbulo de la Biblioteca Laurenciana de Florencia. Paseo mi mirada horizontalmente por las paredes, después la levanto. La escalera monumental parece demasiado voluminosa, desproporcionada en comparación con el espacio interior. En lo alto de las escaleras, de espaldas a la puerta de la biblioteca, miro de nuevo a mi alrededor como se miraría un panorama desde las alturas. La agitación que se siente abajo se apacigua. Observo las reacciones de los turistas, que entran solos, en pareja o en pequeños grupos con sombreros del mismo color. Hago una pausa en la vecina iglesia de San Lorenzo, delante de las esculturas de la tumba de Giuliano de Medici, que sin duda Rothko vio; vuelvo a la biblioteca más tarde, durante el día, para observar el espacio con diferentes condiciones de luz.

No me doy cuenta, pero adopto el mismo modo de visita que en la capilla de Rothko en Houston, donde pasé tres días alternando largos momentos de observación frenética con otros más soñadores y meditativos.

Un espacio claustrofóbico: las palabras de Rothko sobre este edificio de Miguel Ángel me vienen a la memoria. Busco fotografías del vestíbulo de los años 50 –Rothko lo visitó en dos ocasiones, 1950 y 1959– y no parece haber cambiado. La frecuencia, el flujo de los turistas y las condiciones de acceso eran indudablemente diferentes, pero la obra es la misma.

«Miguel Ángel logró precisamente el tipo de sentimiento que yo busco; se aseguró de que los espectadores se sintieran atrapados en una sala en la que puertas y ventanas estás tapiadas, de manera que todo lo que pueden hacer es golpearse la cabeza contra la pared eternamente».

Este artículo es para suscriptores de EXPRESS

Suscríbete