Hubo que esperar al año 2010 para que Marin Karmitz, antiguo sesentayochista comprometido y hoy uno de los hombres más ricos de Francia –gracias a la archiconocida red de producción y distribución cinematográfica MK2, que él mismo fundó de acuerdo a sus iniciales–, mostrara su colección privada de fotografías por primera vez. Trece años después, en el Centro Pompidou, asistimos al despliegue de la práctica totalidad de su acopio fotográfico. Su colección se mezcla con la del museo público francés en una muestra con certero afán totalizante: ofrecer una imagen de toda la historia de la fotografía, acentuada esta como un arte de la representación del cuerpo. En efecto, la práctica totalidad de las imágenes expuestas gira en torno a fenómenos exclusivamente corporales, ya sea por interés representativo –el retrato, el estudio del gesto, el rostro y la memoria– o mecánico –la máquina fotográfica como extensión orgánica del aparato humano–, si bien esta cuestión conceptual parece más un añadido –fruto de una convergencia casual entre las dos colecciones– que un pretexto. A punto de echar el cierre –una reforma en el edificio, que lleva ya medio siglo en pie, se prevé entre 2025 y 2030–, con cierres parciales durante el otoño por las huelgas de sus trabajadores, y con sospechas de desvío de la colección permanente a Arabia Saudí, el centro de Beaubourg atraviesa una verdadera crisis identitaria.
El tema es otro: cómo se aborda el despliegue expositivo de una exposición de fotografía con tantos nombres mayúsculos
En ese contexto, quizá podemos entender mejor la voluntad de exponer la colección de fotografías pública junto a la de Karmitz, pues el magnate del cine cuenta en su haber con fotografías de Gordon Parks, Christer Strömholm, Cartier-Bresson o Walker Evans.…
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