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Repensar las fronteras entre los géneros literarios

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Walter Benjamin

El autor como productor, 1934.
Walter Benjamin

El filósofo y crítico alemán Walter Benjamin (Berlín, 1892 – Portbou, 1940) se ha convertido en una de las fuentes más habituales para la crítica y el comentario cultural y artístico del presente. Los lugares desde los que se le reivindica son múltiples: desde la Estética, como prefigura del discurso posmoderno; desde la Historia del Arte, como precursor de la Cultura Visual; desde el quehacer artístico, como conciliador de las labores teórico-prácticas, etcétera. Su fecundo pensamiento recorre múltiples latitudes como el acervo cultural germano –del Trauerspiels o “drama barroco” a la crítica literaria del romanticismo–, el diálogo con la tradición judaica –el pensamiento mesiánico fue una de sus constantes creativas– o la influencia del materialismo histórico.

Pero si algo define a Benjamin es su carácter marginal. Se acercó a la Escuela de Frankfurt, pero sufrió el rechazo de las instituciones académicas. Caminó las sendas del materialismo, sin ser jamás un autor “orgánico”. El propio Gershom Scholem –con quien compartió pasión por otro gran outsider, Franz Kafka– trató de acercarlo al sionismo, sin éxito. Esencialmente incomprendido, coqueteó con múltiples ámbitos culturales, casi siempre de manera insatisfactoria para sí mismo. Así recordaba su amigo Ernst Bloch su interés “por el tantas veces ignorado significado de lo periférico, por la observación de lo nimio y de lo que suele pasar desapercibido, (…) por esa piedra angular que los albañiles han desechado y que puede encontrarse en todas partes”.

Entender el texto “El autor como productor” obliga a enclavarlo dentro de uno de esos períodos de idilio intelectual con el marxismo, en concreto aquel que, durante los años treinta, le llevaría a posicionarse del lado del antifascismo. Esta conferencia –de cuya lectura no existe noticia–, fue redactada durante su colaboración con el Instituto para el Estudio del Fascismo –organización comunista dirigida por Arthur Koestler– en pleno “exilio” parisino, prolongado por la subida al poder del nacionalsocialismo en Alemania. El texto, junto a su otra gran obra “maquínica” –La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica, 1936–, conforma su propuesta para una “estética materialista” –“revolucionaria” sería, tal vez, un término más caro al autor. Benjamin aparca entonces y de manera temporal una tendencia romántica, a la que, no obstante, volverá con fuerzas renovadas en la redacción de la segunda parte de su inacabado –e inacabable– Libro de los pasajes (1934-1940).…

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