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Presente perfecto: sobre La cámara lúcida de Barthes

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Roland Barthes

El último libro de Roland Barthes no podría hablar de otra cosa salvo del fin, ese que le iba a llegar pocos días después de escribir las últimas palabras, cuando en 1980 un vehículo acabara con su vida. En efecto, La cámara lúcida no es un libro que trate sobre fotografía; el propio Barthes dijo que el texto decepcionaría a los fotógrafos y es que él escribió desde el lugar de quien simplemente observa, en la posición, siguiendo la terminología del escrito, del Spectator frente al Operator o artista. En realidad, este libro habla de un cuerpo, de un cuerpo invisible o quizás, no tanto invisible como ausente, de su nostalgia. Un cuerpo, como diría Derrida respecto a las palabras, “a través de las cuales ver sin ver nada”: así es la materia de la imagen fotográfica, y es que en su translucidez algo queda revelado, algo que la imagen puede sólo indicar: “esto ha sido”.

Barthes señala y con el dedo, hace el corte, “clic”: la marca transparente de un hueco. Es ahí donde el autor quiere profundizar, no en la fotografía o en su studium, ese campo cultural de la imagen, sino en su herida, ¿el punctum? Abandona pues la estructura para poner todo el peso en la respuesta del espectador, ya que ahí se encuentra “eso que me despunta”, que además y a pesar de sus muchas limitaciones, ha sido del concepto más fecundo del texto, del que hoy se hace un uso prácticamente viral. No es necesario aludir a lo conflictivo del término y sin embargo realmente tampoco es lo importante, pues el libro está lleno de contradicciones, las necesarias por otro lado para hablar de la paradoja entre fotografía y realidad.

Entonces quizás este libro no hable de la nostalgia de un cuerpo sino de varios, el de la fotografía por un lado, el de la madre por otro, pero siempre tocados por la misma incisión, del que estuvo allí, “el referente en carne y hueso”

El escritor francés, en un hacer que abandona ya la tarea semiótica para entregarse a la escritura fragmentaria y el diario íntimo de André Gide, toma el método que había construido en El placer del texto y alumbra cuarenta y ocho digresiones que en dos partes buscan la esencia de la fotografía. La tarea no es sencilla y por eso se ayuda de imágenes (William Klein, Koen Wessing, Nadar o Niepce) pero incluso así al final de la primera se retracta para persistir en la segunda: de repente, la encuentra, “es casi ella”.…

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