En la primera temporada de la serie Heartstopper (2022), Charlie y Nick, una pareja de adolescentes, sellan su recién comenzada relación amorosa en una escapada a la playa tras haber superado las consabidas trabas que la sociedad heteronormativa pone constantemente a la formación de vínculos queer. En esta primera cita solos, alejados de miradas conocidas, comparten un tiempo idílico en el que, por vez primera, pueden ser ellos mismos. Todo ello enfatizado por la vitalista canción Moment in the Sun de Sunflower Beam; por el irreal tiempo soleado en un siempre ceniciento Reino Unido; y, sobre todo, por la extraordinaria novedad que supone hacer las cosas más banales con tu nueva pareja: desde chapotear en las sucias aguas del mar del Norte, montarte en un tiovivo, comerte un fish and chips o explorar las calles aledañas al puerto en una ciudad desconocida. Todo tiene un aroma particular y brilla con luz cegadora: estamos enamorados y nada es superfluo o accesorio, sino urgente y esencial.
En esta atmósfera de goce y descubrimiento compartido, hay una escena especialmente elocuente. En un momento dado, Nick y Charlie se introducen en un fotomatón y, uno sentado encima del otro, materializan su amor ante el ojo sancionador de la cámara para, a continuación, admirar su prueba tangible en el papel satinado.
La unión irremediablemente somática y afectiva entre fotografía y amor ‘queer’ puede ser explicada por una perenne exposición a la violencia estructural que permea lo social
Lo que podría ser un tropo vacío bastante común en las producciones audiovisuales —sellar el amor con una captación fotográfica— aquí deviene algo más complejo debido a su conexión particular con las vidas y realidades queer. Así, a lo largo del texto intentaré desentrañar cómo la unión irremediablemente somática y afectiva entre fotografía y amor queer puede ser explicada por una perenne exposición a la violencia estructural que permea lo social, teniendo como consecuencia una serie de investimentos de supervivencia y refugio que la foto no solo satisface sino materializa. Ante una sociedad hostil, esta especial movilización de la fotografía funcionaría para lxs queers como una “shelter writing”1Susan Fraiman, Extreme Domesticity: A View from the Margins (Nueva York: Columbia University Press, 2017). —usando los términos de la académica Susan Fraiman—, que vehicularía la posibilidad de “sentirse en casa”. Si para la autora, este es un modo de escritura “como compensación ante la privación o dificultad doméstica”2Fraiman, Extreme Domesticity…, p.…
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