Tres imágenes o cuatro. Juan Muñoz, veinte
Museo Patio Herreriano
Hasta el 16 de enero de 2022
– ¿Qué has dicho?
– No he dicho nada.
– Tú nunca dices nada. No. Pero vuelves sobre lo mismo.
En 1993, Juan Muñoz crea Stuttering Piece, una obra compuesta por dos estatuas que, como Vladimir y Estragon en Esperando a Godot, esperan algo o alguien que nunca llega. Los ojos rasgados niegan cualquier posibilidad de visión. Nada sucede. De fondo, se repite como un mantra el texto con el que inicio este artículo. Ambos son incapaces de interpelar al otro, extraño y extranjero, enmudecido.
Nadie dice nada y, en cambio, pareciera que todo se hubiera dicho antes o que se fuera a decir cuando el espectador gire la cabeza y salga de la sala. Entonces, escuchará unas risas y murmullos que provienen de un lugar y tiempo desconocidos. Como sucedía con Stuttering Piece (1993), la exposición Tres imágenes o cuatro. Juan Muñoz, veinte años, comisariada por el director del Museo Patio Herreriano, Javier Hontoria, incide en esa espera perpetua y estado de suspensión de las estatuas que prometen con su presencia algo ausente —quizás un ligero movimiento, un susurro.
En el espectador crece el deseo de ver algo que no existe
Abierta al público hasta el próximo 16 de enero de 2022, la muestra rinde homenaje al legado vivo y vibrante de la obra del artista veinte años después de su muerte. Recorre diversas salas y zonas comunes del Museo Patio Herreriano de Valladolid que aparecen como “espacios de diálogo” en los que nadie habla, nada se escucha (todavía) y donde subyace latente el enigmático misterio de lo ignoto. El relato y la voz se mantienen a la espera, ante la quietud —aparentemente provisional— de las estatuas. Mientras tanto, en el espectador crece el deseo de ver algo que no existe, escuchar aquello que se desvanece.
En las obras resuenan polaridades irreconciliables: ausencia y presencia, voz y silencio, ilusión y desengaño. De esta forma, la muestra evidencia la relevancia de este carácter paradójico en la obra del artista, así como la intrínseca y simbiótica relación espacial, teatral y narrativa que requiere el trabajo de Juan Muñoz. El espectador deja de ser un sujeto ocular, para dedicarse ahora a la escucha atenta; a mirar aquello que es invisible —que adquiere su significado entre las estatuas—; a creer ciegamente en la mentira, incluso en la magia, y caer en la trampa, aun reconociendo el origen del engaño.…
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