anterior

Hacia la desopresión de la naturaleza en las prácticas contemporáneas

siguiente
  • Territorial Agency, Oceans in transoformation (2021). Foto: Gerda Studio.

De la tecnociencia de corte especista a las pedagogías ecofeministas

Antes del desarrollo de las actuales técnicas cartográficas, para la geografía eran imprescindibles las habilidades de artistas que representaran la realidad de la manera más fidedigna posible. Durante la Edad Media, las mujeres participaron en esta labor, principalmente desde los conventos, ya que solo en aquellos lugares se les permitía dedicarse a tareas intelectuales. Destacan en este ámbito personalidades como Ende (España, siglo X), ilustradora del monasterio de Tábara en Zamora, considerada la primera artista en firmar una obra en España y una de las pioneras de Europa.

Posteriormente, la producción cartográfica se convierte en negocios familiares muy rentables. De esta manera, las mujeres siguen participando en todas las fases del proceso como iluminadoras, grabadoras e impresoras. Algunas de ellas llegan a convertirse en editoras y directoras de la actividad al tener que tomar las riendas de la empresa después de viudas. Le sucede así a la cartógrafa holandesa Colette van der Keere (Flandes, 1568), quien se encargará de realizar la célebre portada del Atlas de Mercator (1607). En el siglo XVIII nace la cartografía científica, los mapas comienzan a convertirse más que nunca en un arma de guerra y dejan de ser un artículo comercial para transformarse en un documento político.

Las mujeres siguen participando en todas las fases del proceso

Este cambio y los rápidos avances alejan a las mujeres de la producción, ya que no tenían acceso a los nuevos conocimientos y no se les permitía realizar trabajos de campo. Una vez más, el heteropatriarcado les aleja de la vida pública para acaparar el poder y seguir sometiendo la naturaleza a través del colonialismo.

Coletta Hondius, portada del Atlas de Mercator (1607).

Durante los provocadores años noventa, numerosas propuestas pretendían sorprender al público a través de la transgresión, utilizando para ello todas las herramientas a su alcance. Damien Hirst (Reino Unido, 1965) encontró una manera de retratar la muerte y la fugacidad de la vida cuyo antecedente más directo se hallaba en el clásico trabajo de laboratorio.

En su obra A thousand years (1990), Hirst realizó una vitrina con dos compartimentos; en el primero, una caja contenía larvas que al convertirse en moscas salían volando; en el segundo, una lámpara fulminaba al insecto poco después de haber nacido. Este espectáculo incuestionablemente especista iba acompañado de una cabeza de vaca sobre la que caían los diminutos cadáveres. Años después, inspirado por su propia obra, Hirst comenzaría a realizar pinturas monócromas utilizando moscas muertas.…

Este artículo es para suscriptores de EXPRESS

Suscríbete