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Hablan con la voz que está detrás de la voz y emiten los mágicos sonidos de las endechadoras*

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De izquierda a derecha, sentadas: Antonia, Irene, Primitiva, Aurelia, Carmen, Catalina, Siria. De pie: Pruden, Onesima. Mujeres de negro en el memorial de la Barranca.

A mis abuelas, Charo y Luisa.

Este texto es una deuda. Una historia que necesito contarme para acallar las voces. Hubo un tiempo en el que solía decir que se me quedaban pegados los fantasmas de quienes me hablaban de sus muertas. Con toda su generosidad me hablaban de sus muertas y yo no sabía muy bien qué hacer con todo eso que me rodeaba, y me empujaba, y me hacía llorar sin saber por qué. Entonces me crucé con E. con quien trenzamos una complicidad que me ayudó a no tener miedo y a confiar. A ella le debo tanto, y es a ella a quien también quiero dedicar este texto. También R. que siempre ha estado ahí, desde las primeras apariciones me explicó que eso de los pitiditos en los oídos es que no estaba dejando que los fantasmas me hablasen. Que si oía voces las escuchase y no me tomara a mí misma por loca. Y yo todo el rato me decía que si esto me estaba pasando era porque tenía que transmitir lo que los muertos me contaban, que nada de esto iba de mí, sino de nosotras. Y yo que intelectualizo todo como mecanismo de defensa lo que hice fue obsesionarme con que tenía que traducir el concepto de hauntología.1 En la conferencia “De las acechanzas”, presentada en el Festival Domingo, comisariado por Fernando Gandasegui, desarrollo la hipótesis de por qué deberíamos traducir hauntología por acechanzas y planteo la relación entre represión y memoria paranormal en el contexto del Estado español. Esa conferencia es el punto de partida de una investigación mas larga de la que también forma parte este texto, y el proyecto Endechadoras.

Tenía que traducir el concepto de hauntología

Aterrizar ese neologismo al castellano para remover la tierra y movilizar nuestra matria de fantasmas. Creía que si daba con el concepto que iluminase lo encriptado de nuestra memoria podría entender el miedo y el silencio de mi madre, de mis abuelas, de mis hermanas. Volver al gesto de las manos de una hija que sin llegar a los cinco años tuvo que desenterrar a su padre, a toda prisa y por la noche, para después  enterrarlo en un lugar seguro donde sus restos pudieran descansar. Volver al gesto de las manos de una madre que tuvo que enterrar a un hijo a quien dejaron morir porque sus adicciones y sus contagios no le hacían digno de tener una cama en el hospital.…

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