Se desliza en vertical entre la uralita que cubre las paredes de las casas. Rodea una y otra vez las concavidades que ondulan su arquitectura, durante el recorrido cambia de forma sin esfuerzo, sin romper su tensión superficial, sin partirse. Llega al borde y se excede hasta desestabilizarse y caer. Se hace un cúmulo, y el volumen desborda el charco, entonces se escapa mientras inscribe un surco en la arena del suelo. El sonido se hace líquido y aparece una cadena que aún no se puede leer. Cicatriza cuando se seca y aparece la mímesis de su forma, del espacio que ocupa, de su memoria y significado.
La gota que recorre los canalones de las casas es la misma que escribe Garabato en la glotis de Álvaro Chior en Nadie Nunca Nada No. La exposición comisariada por Jorge Van den Eynde, dentro del ciclo curatorial Meandro Merodeo, orbita en torno al origen del habla desde su posibilidad material y corpórea.
Nada más entrar en la sala se perciben ciertas presencias capaces de inundarla y de rellenar hasta el último centímetro cúbico con su volumen, atrapando dentro todas las cosas. Ideas que una vez aparecen se acomodan al espacio y lo transforman. La luz origina espacios de densidad negativa, no de vacío, mientras forma un bucle perceptivo a través de propuestas sobre el sonido como presencia perpetua, referencias al lenguaje musical y a la organología primitiva. El conjunto de las obras se despliega en la sala como un gran órgano compuesto por sus centenares de elementos y tejidos que están constantemente comunicándose entre sí para hacer posible su subsistencia. La muestra se acerca al sonido como un accidente, como ondas que rasgan la oscuridad densa de la sala y que se imprimen gruesas en el espacio.
La gota que recorre los canalones de las casas es la misma que escribe Garabato en la glotis de Álvaro Chior
El trabajo de Chior tiene su punto de partida en elementos que no están presentes en la sala per se, sino que extiende sus reflexiones a espacios ajenos, obligando a buscar y a producir conexiones, a rastrear orígenes. A lo largo de la muestra, dibuja en las oquedades de sus piezas el desarrollo que sufrió la clave de sol desde sus primeros usos en el siglo XI. La metamorfosis que sufrieron estos símbolos (que una vez fueron ges y efes y ces) conecta con la hipótesis que sobrevuela la sala y que está en lugares como el nido sobre el que descansa una letra ge metálica, construido con hojarasca, que hace pensar en su sonido al resquebrajarse.…
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