Es un signo de nuestro tiempo la imposibilidad generalizada de la izquierda para ofrecer respuestas adecuadas a las dinámicas sociales contemporáneas. Esta parálisis se ha hecho cada vez más patente a tenor de los acontecimientos mundiales más recientes producto de un cambio en los modelos de organización política que está teniendo lugar al margen del escrutinio de la ciudadanía. El giro hacia la autarquía económica, las celebrities devenidas en presidentes del gobierno y líderes de movimientos nacionalistas populistas, y el tambaleo de los valores que han sostenido las democracias liberales modernas parecen abocarnos a un escenario en el que el cuestionamiento y la crítica no hacen acto de presencia, en el que falta una ideología con la credibilidad necesaria para ofrecer una alternativa verosímil. Desde hace ya demasiado tiempo, la izquierda política, la de aquellas opciones alternativas antaño más o menos creíbles al creciente neoconservadurismo, es más una caricatura aglutinadora de clichés progresistas diluida en su propio conformismo y desconexión con la realidad, abocada a la derrota por incomparecencia.
Resulta casi imposible de creer tal irrelevancia, sobre todo si atendemos a las proclamas de los principales voceros de la mal llamada derecha antisistema que arrogan un control férreo a la izquierda del ámbito mediático, académico y cultural. Pensar que el reducido número de imperios empresariales que controlan los medios de comunicación privados es sinónimo de pluralidad y favorable al debate de ideas contrapuestas es tan quimérico como creer que los medios de titularidad pública responden al interés general de la población. Aunque se esfuercen en parecerlo, gracias a la manifestación orquestada de diferencias puntuales en sus líneas editoriales o incluso dando voz, de vez en cuando, a personajes histriónicos capaces de dilapidar su reputación y la nobleza de sus ideas en tiempos récord en pro del espectáculo de masas; pero en la defensa del orden político y económico el ideario imperante es uniforme. Ni siquiera Internet, emblema para unos cuantos hipócritas de la libertad de información, se salva del control y la persecución disfrazada de protección de derechos hacia noticias que algunos iluminados se encargan de definir como bulos —como si la mentira y la manipulación fueran hijos de la web—, que lo justifican insinuando la injerencia de conspiradores internacionales. Suerte que tenemos la ayuda de unos cuantos periodistas autoproclamados verificadores de la mentira y la verdad.
Entonces, ¿es real esa supuesta supremacía de la izquierda y su control omnipresente?
Más llamativo es el caso de las universidades, otra instancia que la derecha cínica le arroga el control a la izquierda ideológica; especialmente las facultades de Humanidades, convertidas en los criaderos de las ideas que amenazan con sumir en el desastre el orden y la civilización.…
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