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Dar los nombres

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© Doris Salcedo

Cuando le grite al día:

¿quién eres tú?,

¿quién te ha arrojado en mis cuadernos

y en mi tierra virgen?,

notaré cómo brillan en mis cuadernos

unos ojos de polvo.

Oiré decir a alguien:

Yo soy esa herida que comienza a crecer

en tu historia pequeña.

Adonis, Canciones de Mihyar el de Damasco. Ediciones Del oriente y del mediterraneo, 2014.

Yo soy esa herida que comienza a crecer en tu historia pequeña. Estos versos del poeta sirio Adonis parecen escaparse de las minúsculas grietas que dejan paso al agua en Palimpsesto, reciente instalación de la artista colombiana Doris Salcedo para el Palacio de Cristal del Retiro. Hacedora –tal y como le gusta nombrarse a sí misma– ya consolidada a la vista de esta instalación, producto del Premio Velázquez ganado en 2010, es especialmente conocida por su trabajos de duelo y violencia, junto a compañeros de generación como Óscar Muñoz o Beatriz González.

En esta ocasión y bajo el cristalino Palacio, el nudo del conflicto que trabaja se halla en el fondo del Mediterráneo, en el cual yacen innumerables cuerpos que trataron de cruzar el mar en busca de un futuro mejor. De esta forma, con Palimpsesto, al igual que en el resto de sus intervenciones, la artista se posiciona ante dicho nudo como un “mero” testigo, aquel que más que juzgar, tiene por labor dar los nombres, señalar: allí. Allí la muerte de tantos; allí el crimen de otros. Quizás este lugar testimonial le haya salvado muchas veces de los perseguidores del arte ideológico, pues su posición es más cercana a la de un sismógrafo por cuyo cuerpo pasa y reverbera el temblor (en este caso el de un duelo no consumado) que a la de una activista que ilustra una doctrina. De hecho, una se pregunta en este sentido cómo afectará al cuerpo de la propia Salcedo este trabajo ya tan largo de la herida que lleva a cabo con una precisión de cirujana, cómo consigue incorporar el dolor de tantos cuerpos en uno solo y vivir con ellos. Pero la cuestión quizás sea que un cuerpo nunca es uno, solo uno, sino que siempre está atravesado, no ya por los otros sino por lo otro, por eso otro innombrable que cae sobre todos por igual. Así y contra lo innombrable, Salcedo parece haber aprehendido que no hay más cura que la exposición –la expeausition diría Jean Luc Nancy–, esto es, compartir la piel dañada: bajo este sentir nace Palimpesto.…

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