Bailaban frenéticos para mantener el equilibrio1Roger Shattuck, La época de los banquetes, Madrid, Visor, 1991, p. 293.
Una de las preguntas que con más frecuencia me han venido a la mente en estos días pasados de confinamiento (qué lejos parecen ya) era cómo sería el espíritu que dominaría las mentalidades cuando volviera a pisarse la calle tras el obligado encierro. Cuál sería el estado de ánimo general. Si el de la cautela y la prudencia, el de la mirada curiosa al mundo exterior, tan preservado del ser humano en estas últimas semanas, el del respeto por no dañarlo de nuevo con su paso, por preservarlo y no lastimarlo bajo su peso. O, por el contrario, el de la enfervorecida euforia por hacerse de nuevo a la calle, por pisar por fin el tan ansiado asfalto, por tomar en masa la calle y gritar con el rápido andar su derecho a la ciudad.
Las circunstancias han hecho que el desconfinamiento se haya dado de forma gradual, por fases o zonas según los países, y que la transición esté desarrollándose bajo la forma de una desescalada progresiva, lejos de ese pasar de cero a cien que tanto miedo me generaba, y que tanta ansiedad, de solo pensar en ello, provocaba a mi cuerpo.
Las aglomeraciones en las primeras horas del paseo permitido
Pero lo cierto es que, a pesar de esto, la salida ha sido más bien la del segundo tipo. El ruido ensordecedor ha inundado de nuevo, desde la primera mañana de desescalada, las grandes ciudades; las aglomeraciones en las primeras horas del paseo permitido; las masas de runners que en su vida se habían calzado unas deportivas… (igual que el yoga fue la revelación del confinamiento para gran parte de la humanidad, otra gran parte ha descubierto el footing en la desescalada. Me pregunto si se trata de la misma fracción de la población… Mucho me temo que sí). Quedaban liberados, por fin, los que habían utilizado como excusa la barra de pan o su perro (o un peluche, en su defecto) para echarse a la calle una y otra vez. “En casa se está mejor que en ningún sitio…”. La frase que, a modo de mantra, le hacía repetir la Bruja Buena del Norte a Dorothy en El mago de Oz dejaba de estar de actualidad, dando paso al frenesí de la muchedumbre que bajaba religiosamente a las 8 de la tarde para su paseo diario; dispuesta a retomar su vida donde la había dejado antes del paréntesis del confinamiento, preparada para recuperar el tiempo perdido (a costa de la salud, si era preciso).…
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