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¿Quién soy yo?

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Alex Francés.Duelo y deleite, 2000. Fotografía color 80 x 120 cm Cortesía Galería Luis Adelantado, Valencia

La primera mirada de reconocimiento frente a un espejo nos llena de dudas: ¿ese reflejo soy yo? Reconocernos en un cuerpo que muchas veces no es el que hubiéramos deseado, en un género que no tiene por qué ser necesariamente el que hubiéramos elegido, sólo es una parte del problema. No se trata únicamente del cuerpo y del género, la duda existencial sobre nuestra propia identidad va más allá de esto, trasciende al lugar, a la cultura de la que somos parte, a lo religioso, a la pura elección final de aceptar la vida y de decidir cómo vivirla. La identidad acaba siendo una tabla de madera a la que agarrarse en una deriva persistente que se suele llamar vida. Así, el escritor siente que su única identidad es escribir, mientras otros hacen bandera de la inclinación sexual, y otros de la pertenencia a una idea, a un lugar, a una tragedia… Lo importante es sobrevivir a cualquier naufragio.

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Douglas Gordon. Monster, 1997, Transmounted c-print in painted wood frame, 86 x 127 cm each. Courtesy Lisson Gallery, London, and Patrick Painter Edition Inc, Hong Kong
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¿Quién soy? Esta simple pregunta se ha repetido a lo largo de la historia del ser humano como un eco interminable. Está detrás de la evolución del arte y de la ciencia. Buscamos nuestra identidad a través de la poesía y de las matemáticas, si es que no son lo mismo. Nos buscamos en los otros, a veces convirtiéndonos en otro, pero nunca dejamos de ser nosotros mismos, sea quién sea lo que seamos. Desde la política y la ciencia, desde la música y la pintura, el problema de la identidad marca el movimiento y la evolución de la historia y del desarrollo de la humanidad. En estos días se ha completado el mapa del genoma humano; antes se descubrió que no había nada más preciso de nosotros mismos que el ADN, que desplazaba cualquier intento anterior de definir la identidad. Siempre hay un paso más que nos demuestra nuestra inocencia, nuestros errores anteriores, lo lejos que estamos siempre de la sabiduría, aunque de vez en cuando nos acerquemos un poco a ella. Durante mucho tiempo la pintura, y posteriormente la fotografía se han significado por la representación de una supuesta realidad. El retrato se admitía como una aproximación fiel a nuestra imagen, tan fiel tal vez como aquel primer reflejo ante el espejo que nos dejó sorprendidos ya para siempre.

Desde la política y la ciencia, desde la música y la pintura, el problema de la identidad marca el movimiento y la evolución de la historia y del desarrollo de la humanidad

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Claude Cahun. Autoportrait, ca. 1927. Gelatina de plata sobre papel, 24 x 18 cm Cortesía Musée des Beaux-Arts de Nantes

Cada vez que nos vemos en una fotografía nos sentimos espantados, apenas queremos reconocernos en esa imagen tan diferente de la que creemos o queremos tener. Sin embargo una de las vías más importantes para la investigación de nuestra identidad, individual y colectiva, es la de la representación plástica. Raro es el artista que nunca se ha hecho un autorretrato. Como los científicos locos de las películas que se toman ellos mismos sus pócimas aún sin estar terminadas, que ensayan sobre sus propios cuerpos los experimentos que nadie aceptaría llevar a cabo, los artistas buscan a través de ellos mismos los caminos para saber, para intentar saber qué, quién y cómo somos. Si en cada retrato vemos signos, huellas de la presencia del artista que lo realizó, de sus debilidades y gustos, en un autorretrato esta presencia debería ser todavía más absoluta. En los autorretratos el artista-modelo tiene toda la libertad y su obra adquiere un carácter experimental que es difícil de conseguir con el retrato de otras personas. El autorretrato funciona como un espejo en el que nos miramos en soledad y ante el que hacemos muecas, nos disfrazamos, adoptamos poses, somos de mil maneras, como somos y cómo queremos ser.

La fotografía ha sido el medio en el que el autorretrato ha encontrado el lenguaje y las condiciones más idóneas. Todos los fotógrafos, sea cual sea su género, estilo o características formales, tienen un autorretrato. Pero aparte de esa curiosidad inevitable por uno mismo, por el cuerpo, por el sexo que facilita y hasta parece provocar la fotografía, para muchos artistas ésta se ha convertido en un auténtico medio de investigación. Un escenario en el que poner en cuestión, como si de un teatro fuera, las dudas, los experimentos, el exhibicionismo y también, la ingenuidad, la ironía o el sentido del humor. Porque en fotografía el autorretrato se expande hasta convertirse en un género autónomo. Es el rostro, pero es también el cuerpo, el fragmento, la construcción de un todo por sus partes, por sus ausencias, por un gesto, por la ropa… en muchos casos se oculta la cara, la clásica representación esencial de la identidad, convirtiendo al cuerpo o a sus partes en aquello que nos define mejor y más certeramente. Pero en otras ocasiones asistimos a una deconstrucción, a una alteración de la identidad originaria para transformarse en otra cosa.

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Gaüeca. I am Two Landscapes 2002 2002 Cibachrome, 100 x 100,4 cm Cortesía Galería Espacio Mínimo, Madrid, y Centro Cultural Montehermoso, Vitoria-Gasteiz

Hemos estructurado este número sobre el autorretrato de una forma diferente a la habitual en EXIT. Cuatro capítulos agrupan a una serie de artistas que tratan, en torno a la idea del autorretrato como género y tema, los problemas del yo y de la identidad de formas diferentes.

Porque en fotografía el autorretrato se expande hasta convertirse en un género autónomo

En primer lugar “Yo mismo”. Yo y mi cuerpo, como soy, como me veo, todo gira en torno a mí, a mi realidad física. Aquí el exhibicionismo esencial de artistas como John Coplans convive con la inocencia irónica de Esther Ferrer que se presenta a sí misma como modelo inevitable y cómodo. Pero hay muchos otros, desde Júlia Ventura hasta Francesca Woodman, Paloma Navares, Arnulf Rainer, Robert Mapplethorpe, Sarah Lucas, Edgard de Souza o Arnö-Rafael Minkinnen, que han construido buena parte de su trabajo en torno a su propio yo, a su representación física, ya sea de su cara o de su cuerpo.

“Je est un autre” dijo Arthur Rimbaud, y esta frase se ha convertido en un emblema de la creación, igual que la frase de Ben Vautier: “Los ready-made nos pertenecen a todos”. Yo soy yo, pero también soy otro. El autorretrato como transformación, como representación de múltiples roles o tal vez de uno sólo, de otro personaje, de otra identidad, de ese otro yo que queremos ser o que tememos hasta tal punto de la identificación y la mímesis. El disfraz como ironía crítica de Duane Michals, como vocación de representación en los casos de Cindy Sherman, Jürgen Klauke o Yasumasa Morimura, como actuación paródica y a veces dramática en Giacomo Costa, Jorge Molder o Alex Francés, y, como precedentes de todos ellos, Claude Cahun, perdida y reencontrada en su yo como otro, o Pierre Molinier asentado en el disfraz y en una búsqueda trágica. Pero ese choque entre nosotros y nuestras diferentes identidades se realiza en un entorno más amplio, en una sociedad en la que convivimos con otros muchos personajes en busca de su identidad. De hecho, nos construimos por comparación, imitación, competencia o rivalidad.

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Fernando Sinaga. Agua Amarga, 1995, Gelatinobromuro de plata 23,5 x 12 cm Cortesía del artista

Bajo el título “Yo y los otros”, se incide en cómo cada artista se sitúa en un círculo mayor que el de su propio reflejo. Autorretratos con algo más, con un entorno, con un acercamiento a una realidad más amplia y plural. Lucas Samaras, un autentico experto en autorretratos, se ‘cuela’ en los retratos de estudio de los personajes del mundo del arte neoyorkino, un mundo concreto en una serie de polaroids singulares; pero el entorno puede ser variable y cambiante, como el de Ryan Weideman con sus autorretratos en la cabina de su taxi en los que incluye a sus pasajeros. Nosotros -dejamos el yo aislado atrás- vivimos en sociedad, en pareja, en familia, y así nos podemos encontrar con los retratos de nuestras familias -Iñigo Manglano-Ovalle, Fen Weng-, de nuestros amigos, amantes y admiradores -Nikki S. Lee, Nan Goldin, Jeff Koons, en un viaje que empezamos y terminamos siempre acompañados por nosotros mismos.

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Elke Krystufek. Collage for Nackt & Mobil, Exhibition at Sammlung Essl 12/2-27/4/2003 Cántate, Maria Lassnig, Video Still (top right). Clifford Still, Elke Krystufek, 2001, acrylic on canvas, 70 x 50 cm

Solamente el vídeo ha supuesto una profundización al método que la fotografía ha aplicado al autorretrato. “Yo en movimiento”, la imagen más real, más vivo, pero como siempre, actuando, transformándome, deformándome, mostrando todo lo que soy y lo que no soy, lo que quisiera y lo que no puedo conseguir. Pierrick Sorin y su yo continuo desplegado con humor en todos sus alter egos, Vito Acconci y sus acciones y performances de los años setenta, las transformaciones de Douglas Gordon, por supuesto los experimentos de Bruce Nauman, y también los de Patty Chang o Javier Pérez, muestran diferentes registros estéticos y conceptuales de cómo somos.

Espejos de nosotros mismos, los autorretratos de todos estos artistas, al igual que los de otros muchos que no hemos podido incluir en el espacio de estas páginas, amplían nuestra mirada sobre el sujeto, nos hablan de cada uno de nosotros, del hombre en su sole-dad obsesiva, en su necesidad de reconocerse, de transformarse, de presentarse ante él mismo y ante los demás. La necesidad de ser y de pertenecer, de construirse una identidad diferente y a la vez aceptable, de ser uno mismo y ser también el otro, el que se mira en el espejo y el reflejo que provoca.