post_type:editorial

currentRevistaNum:4

currentRevistaNombre:EXIT

Revista anterior: EXIT 3 Fuera de escena104358
Articulo siguiente: Pero… tú… ¿quién te has creído que eres?
anterior

¡Qué grande es ser joven!

siguiente

Miguel Trillo. En un festival heavy en la sala Rock Club, Madrid, 1988. Cibachrome 38 x 50 cm Cortesía del artista

Hay múltiples ejemplos en la literatura tradicional de ese deseo de permanecer en una etapa de la vida alejada de las responsabilidades. En psicología se conoce como síndrome de Peter Pan a esa actitud de negación de la madurez, a la incapacidad de asumir los cambios que el tiempo impone irreversiblemente a nuestros cuerpos, nuestras formas de vida y nuestra implicación en las relaciones con los demás, con el mundo que nos rodea, con nosotros mismos. La figura de Peter Pan, proyección literaria de su autor (James Matthew Barrie, un hombre que nunca asumió su realidad como hombre adulto ni en su vida privada ni en sus hábitos sociales, ni en sus relaciones sexuales o amistosas), encarna el ideal de todos aquellos que quieren vivir en el País de Nunca Jamás, ese lugar mágico en el que las sirenas, Campanilla, los Niños perdidos y el Capitán Garfio, comparten un mundo de libertad y ensueño, sin horarios, sin padres, sin escuela, sin trabajo, sin más responsabilidades que jugar, cantar y disfrutar. Salir de ese país significa crecer, dejar de ser joven para convertirse en adulto, pasar de hijo a padre, cargarse de responsabilidades. Transformarse, y, en definitiva, asumir el juego, a veces peligroso, de vivir.

Illustration
Denis Darzacq. Ensembles nº 11, 1999. C-print a partir de negativo en color montado sobre aluminio 80 x 120 cm Cortesía Agence Vu, París

Nadie quiere crecer. Nadie quiere abandonar ese ideal de belleza y libertad que parece ser esa etapa conocida como adolescencia y que está entre la infancia, absolutamente dependiente de los adultos, y la madurez, excesivamente cargada de compromisos y obligaciones. Una edad imprecisa y unas características ambiguas que oscila según culturas, países y épocas. Entre los 12 y los 18 años podemos marcar la existencia temporal de la adolescencia, sin embargo en la sociedad occidental, en los países llamados desarrollados, ese período de tiempo se puede alargar hasta la treintena, pues la separación de las familias y la independencia económica, así como la asunción de responsabilidades sociales de todo tipo (desde relaciones de pareja totales, hasta actitudes políticas, económicas y de independencia intelectual) se producen cada vez más tarde. En países sin desarrollar, la adolescencia se caracteriza por ser una mano de obra barata, producto básico del mercado del sexo, una nueva tipología de esclavitud que se inicia en la infancia y hace muy diferente la adolescencia de una chica filipina, tailandesa o cubana de la de una joven española, alemana o inglesa. Sin embargo, la adolescencia, esté comprendida entre unos años u otros, sea vivida en un ambiente de posibilidades sociales y económicas o en sociedades atrasadas, es sobre todo una etapa llena de insatisfacción, frustración y peligros.

Larry Clark. Sin título, 1992. Cortesía del artista
Illustration
Anthony Goicolea. Bedwetters, 1999. Cortesía de la Galería Luis Adelantado, Valencia

Como toda etapa de transformación, los cambios -en este caso físicos, psicológicos y sociales- son por lo general dolorosos. En el aspecto puramente físico, la presión de una sociedad en la que la imagen de la perfección y de la belleza se acerca al andrógino asexuado marca los cuerpos, la carne y el espíritu de muchos de nuestros adolescentes de los dos sexos, obligados a vestir con una ropa pensada para cuerpos dibujados, cuerpos anémicos que se ofrecen desde las pantallas del cine o la TV y sobre todo desde el mundo de la moda. Los adolescentes de hoy, bulímicos, anoréxicos, en las sociedades desarrolladas, y oprimidos, explotados y prostituidos en las sociedades subdesarrolladas son, cada uno de una forma diferente, víctimas de su propia adolescencia. Desde los cada vez más abundantes fashion victims, pendientes de las marcas, los logos y la última moda, hasta las víctimas de las cada vez más sofisticadas redes de pornografía infantil, vía internet o a través de mafias internacionales.

Esa actitud doliente de la adolescencia, esa sensación de vulnerabilidad, junto con la limpieza de su piel, la inocencia de sus miradas, la peculiar forma de una musculatura, de unos cuerpos todavía sin formar, que apuntan los rasgos de una sexualidad sin definir totalmente, son algunos de sus atractivos más importantes como grupo social. Pero esa sensación de estar a medio formar, de ser cuerpos y mentes sin terminar, que es donde reside su atracción irresistible, es también el origen de todos sus males. Porque nada ni nadie, ni siquiera costosos procesos médicos, no comer, hacer ejercicio…, nada impide que ese proceso finalice su natural ciclo convirtiendo a famélicas muchachas en mujeres de formas sexuales categóricas, nada impide que unas caderas lánguidas se conviertan en culos rotundos, no hay forma de impedir que a los muchachos les crezca el vello y se hagan hombres, dejando de ser el objeto sexual por excelencia. Un deseo sexual que no es característico, como algunos puedan creer, de la sociedad actual sino que ha sido así desde la antigüedad.

Illustration
Vik Muniz. The Sugar Children: Big James, 1996. Gelatina de plata sobre papel, 35 x 27 cm. Cortesía del artista.

En definitiva, la adolescencia sería esa transformación y los destrozos que causa física y psíquicamente. Y, por supuesto su análisis no puede olvidar ni la estetización, ni las consecuencias sociales y económicas de su manipulación. Desde el ingente mercado de productos para jóvenes (bebidas, moda, cine, música…) hasta ese mercado de trabajo infantil y juvenil que a precios miserables producen en un continente lo que los adolescentes de otros continentes pagarán a precios desorbitados. Dos caras de una sola moneda. Pero se engaña quien piense que este es un problema exclusivo de nuestro tiempo. Nuestra sociedad lo ha exacerbado y publicitado, convirtiéndolo en una fiebre global y pública. Pero el hecho es eterno, tan eterno como el deseo de belleza y juventud. Desde las fotografías de Alice Lidell de Lewis Carroll hasta las de los hijos de Sally Mann, no han pasado tantas cosas: a los dos les acusan de pornógrafos, los dos fotografiaron niños y adolescentes a los que querían. La venta de la virginidad de las nuevas prostitutas, niñas de 12 años y a veces menos, es algo eterno que ha pasado de las casas de prostitución a las calles de Moscú o Manila e incluso a las nuestras.

Illustration
Bernard Faucon. Gregory, de la serie Les Idoles et les Sacrifices 1989. Cortesía del artista y de Agence Vu, París.
Illustration

Pero detrás de ese deseo, de esa especie de envidia generacional se oculta una realidad dolorosa: la incomprensión y la soledad de los adolescentes. En rebeldía permanente con la familia y el orden que la sociedad les establece, el adolescente encuentra en la moda, en el cine y en la publicidad no sólo un modelo a seguir sino la justificación de su conducta, asumiendo roles importados y olvidando cualquier crítica de mayor alcance. Este estereotipo de adolescente es el que vemos en la mayoría de las familias occidentales, pero existe también un joven que escapa a estas apreciaciones y construye una mirada crítica hacia un entorno conformista y caduco, hacia una sociedad que cada vez es más acrítica y decadente. Por lo tanto no es justo hablar de los adolescentes solamente como unas víctimas del consumismo y de la cultura basura, sobre todo cuando sus mayores construyen mitos sobre tarados sociales y consumen compulsivamente cualquier cosa que la publicidad oferte.

Lewis Hine. Sin título, (Massachussets, octubre 1911), gelatina de plata sobre papel, copia de época, 11 x 13 cm. Colección IVAM, Institut Valenciá d’Art Modern, Valencia. © IVAM, Institut Valenciá d’Art Modern, Generalitat Valenciana, España

A lo largo de la historia de la fotografía la adolescencia ha sido uno de los temas preferidos, en todas sus posibilidades. Sobre todo se ha destacado su belleza y, como contrapunto, el fotodocumentalismo ha mostrado a todo el mundo su miseria. La opresión y la diversión, la felicidad y el dolor, todo ha sido reflejado a través del trabajo de cientos de artistas que se han preocupado, obsesionado o simplemente entretenido fotografiando adolescentes. En las siguientes páginas podemos ver cómo los artistas actuales ven este fragmento de la vida. Los jóvenes se nos ofrecen insolentes y felices, solitarios, explotados, tristes, abrumados, ilusionados, melancólicos, enfermos, diferentes…, jóvenes de todos los puntos cardinales, pues la adolescencia es similar en todas partes, aunque su aspecto sea diferente. Tal vez la diferencia entre la imagen que la fotografía actual nos ofrece de la juventud y la que nos ofrecía en otras épocas es que hoy se hace un mayor hincapié en aspectos psicológicos a través de retratos más intimistas y directos, en que hoy en día ya no vemos a la adolescencia como un tiempo envidiable sino como una difícil etapa que superar.