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Del tamaño de una fotografía

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Aitor Ortiz. Destructuras 085. Torres Uribitarte (Arq. Arata Isozaki / IA+B), 2005. Courtesy of the artist.

Todo acaba siendo del tamaño de una fotografía. En esta imposible relación entre lo real y su representación, entre la verdad y la mentira, entre el todo y la parte, al final, todo cabe en un pequeño espacio. En el tamaño de una fotografía cabe toda una ciudad, un rascacielos. Hasta el mundo. Cuentan que cuando Caetano Veloso estaba en la cárcel (en el Brasil de los Generales), su mujer le llevó la primera fotografía que se había publicado del mundo visto desde el espacio. Una mancha redonda azul en la que estábamos todos dentro, incluidos Brasil, la cárcel, Caetano, su mujer y la propia foto del mundo que nos contenía a todos. Caetano Veloso escribió una canción bellísima, en la que igualmente podríamos decir que caben todos los sentimientos y las ideas.

Por ejemplo, en esta revista que tiene en sus manos, caben edificios gigantescos, historias, vidas de arquitectos, deseos de poder, y cabe también prácticamente la historia y evolución de la fotografía de arquitectura desde sus orígenes hasta nuestros días. Y la crítica a la arquitectura actual y a esos arquitectos a los que no les interesa quiénes habiten sus construcciones. Los textos de Simón Marchán Fiz y de Beatriz Colomina resultan abrumadores. Realmente no parece que quede mucho más que decir, salvo llevarles la contraria y opinar justo lo opuesto. Eso cabría en otra revista, o tal vez en una sola hoja de papel escrita a mano. Uno de los ejes de EXIT siempre ha sido que textos e imágenes cabalguen juntos, complementando una obra que se pueda entender desde cualquier lugar que se mire. Que las imágenes sean obras de arte. Que los textos sean narraciones con sentido, críticas, bellas, creativas. El mayor de los intereses en la forma y en el contenido, todo en un solo cuerpo, en una sola forma, en una sola revista. Los lectores opinarán sobre si lo hemos logrado alguna vez, o muchas veces, pero desde luego en esta ocasión estamos seguros de haber subido el listón hasta el ático del rascacielos.

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Thomas Kellner. Chicago Sears Tower, 2003. Courtesy of the artist.
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Jan Dibbets. Wayzata Window, 1988. Courtesy of the artist and Galerie Lelong, Paris.

El tamaño de las cosas puede resultar paradójico, eso es algo que se descubre desde niño, cuando empezamos a estudiar geografía y se nos enfrenta con los mapas del mundo. Continentes, países, océanos que caben en una hoja, que podemos llevar en nuestras carteras. Esos mapas de colores, con líneas que separan países, nunca nos parecieron nada serios ni siquiera fiables. Algo similar sucede con los planos de los arquitectos. Planos de alzado, de detalle, generales, por plantas… pero aunque ese sea el edificio, ahí no vemos el edificio. Es algo parecido a lo que existe en la relación entre la maqueta y el edificio real… claro que a veces la maqueta (escala 1.1) es el propio edificio. En cualquier caso se ve mejor en una fotografía. Todo cabe en una fotografía. Igual que casi todos los sentimientos caben en una sola palabra, que nunca es la misma. ¿Por qué no, si todas las palabras caben en un diccionario?

Resulta curiosa esta relación sustitutiva con la maqueta del edificio. Algunos fotógrafos (Hatakeyama, Casebere o Demand, por poner sólo unos pocos ejemplos) no fotografían edificios de verdad sino las maquetas que construyen sobre lugares, o edificios reales. Lo que les importa no es tanto el edificio, la arquitectura como recrear un escenario. Igualmente los artistas que se centran en procesos de construcción, ¿hasta que punto les interesa el resultado? Lo que les importa, tal vez, sea la línea de fuga de una grúa. La arquitectura como excusa, como pretexto para tratar sobre las relaciones del individuo con los espacios. También la arquitectura moderna parece haber perdido el interés por la esencia de la arquitectura, más preocupada por su propia imagen. Hoy como nunca la arquitectura ha desarrollado una versión voraz, tanto de los materiales como del tiempo, se ha vuelto en un proceso endogámico sobre si misma, devorando al individuo, ignorando a la ciudad, convirtiéndose en eventos cuya decadencia se inicia aún antes de inaugurarse. Por eso la fotografía es esencial para su supervivencia, para la difusión de su apariencia. La fotografía rescata al edificio de la muerte y, más aún, le aleja de la decadencia porque le pasa a ese otro lado en el que las cosas ya no son cosas sino sus representaciones perfectas. Sobre un papel. Sobre un papel, la arquitectura pervive, la del siglo XIX, la del XX y la del XXI en un plano similar. Sobre un papel, sobre un libro, sobre una carta, todas las historias son eternas. En la vida real son tristemente breves, decadentes y vulgares. El éxito, la supremacía de la foto, papel al fin, se centra en este poder de una eternidad aparente. Y por supuesto en su ligereza, su portabilidad, su capacidad de viajar, de volar, de reinterpretarse. La imprescindible levedad de lo moderno se hace cuerpo, se hace espíritu con el papel fotográfico.

Esta revista sobre la fotografía de arquitectura es el segundo volumen de una serie que iniciamos el pasado mes de noviembre reuniendo el trabajo de algunos de los fotógrafos profesionales de arquitectura más reconocidos internacionalmente. Vimos en el primer volumen la impresionante belleza de unas fotografías que se escondían detrás de la obra del arquitecto, aunque en realidad se convertía en una obra paralela, no sólo la representación de formas, sino una interpretación de sus ideas. En este número de febrero vemos el trabajo del fotógrafo ajeno al arquitecto, incluso enfrentado a sus intereses e ideas. Vemos, de hecho, cómo la fotografía del artista sustituye una realidad construida. Hablamos de la historia de este género, que surge de la catalogación monumental en el siglo XIX, con el nacimiento de la fotografía que, una vez más sustituye a la pintura y al dibujo en sus funciones más concretas y útiles. Su evolución ha creado diferentes escuelas, y ha dotado a la fotografía, aparentemente de arquitectura, de un trasfondo documental que desde Gordon Matta-Clark hasta Thomas Demand, ha desarrollado toda una forma de mirar y de entender no sólo una realidad sino las mil formas de la realidad. Sin olvidarnos de las decenas de artistas que aparecen en estas páginas y, por supuesto, siendo conscientes de las centenas, de los miles, de artistas que trabajan sobre la arquitectura de la ciudad, de los espacios arquitectónicos, de los edificios, y que con su trabajo construyen realmente la percepción de la arquitectura, más allá de lo construido, más allá de lo que los arquitectos pueden hacer. Porque hoy en día conocemos ciudades y edificios, lugares que nunca hemos visitado y en los que nunca estaremos, por la fotografía. Pero más importante que esta realidad incuestionable es que la fotografía amplía nuestra capacidad de entender el espacio, sus funciones y su relación con nuestra realidad, con el hombre que las habita, las mira o las justifica.

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Thomas Kellner. Brasilia, Catedral Metropolitana, 2005. Courtesy of the artist.

La arquitectura moderna nace con la fotografía. Y hoy en día la fotografía es esencial para la arquitectura, no se podría entender sin ella. Es algo que se ha afirmado en el número anterior y que se confirma y ratifica en este actual. Es la fotografía la que da fama y prestigio, la que difunde estilos. Hasta tal punto que dentro del mundo de los arquitectos existe un nuevo tipo de arquitecto: el que nunca ha pisado una obra. El editor de revistas de arquitectura, el crítico de arquitectura, el auténtico creador de tendencias, juez y verdugo.

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Aitor Ortiz. Destructuras 021. Kursaal, San Sebastián (Arq. Rafael Moneo), 1998. Courtesy of the artist.

La antigua grandeza de la más completa de las bellas artes, la única cuya utilidad está presente ya desde sus formas, la única obra de arte habitable por el hombre, ha cambiado de tamaño y de volumen exponencialmente a través de la evolución de la historia. Como en un juego olímpico se construye cada vez más alto, más grande, más rápido, con nuevos materiales más inteligentes. Tal vez ya no se construya para siempre, para que las futuras ruinas sean bellas (como Albert Speer aconsejaba). Tal vez ahora sólo se construya para hacer una fotografía. Tal vez todo quepa en el tamaño de una fotografía. Paul Valéry lo decía hace tiempo: “El infinito, querido, es bien poca cosa; es una cuestión de escritura. El universo sólo existe sobre un papel”. La grandiosidad de la arquitectura, la energía de las nuevas tecnologías, el orgullo del arquitecto, la pretenciosidad del constructor, queridos, son bien poca cosa: es una cuestión de imagen. La arquitectura sólo existe en una fotografía.